Para "la galería"

 


"Tu Padre, 
que ve en lo secreto, te lo pagará"  
(Mt 6, 1-6. 16-18).

“Cuando se hace algo bueno, casi instintivamente nace en nosotros el deseo de ser estimados y admirados por esta buena acción, para tener una satisfacción. Jesús nos invita a hacer estas obras sin ninguna ostentación, y a confiar únicamente en la recompensa del Padre “que ve en lo secreto”. (Papa Francisco)

Seguir a Jesús, tener sus mismos sentimientos y… tendremos la mejor recompensa: sentirnos amados por Dios, experimentar la amistad con Dios.

La justicia y la caridad son un deber y hay que realizarlo con honestidad y verdad; la limosna es el ejercicio de la solidaridad con las necesidades de los demás

La justicia no es necesaria practicarla ante los demás, pero sí ante Dios. La limosna nos ayuda a ser desprendidos, generosos. La oración a poner a Dios en el centro de la vida. Y el ayuno, a vivir el momento atentos a lo importante, y agradeciendo tanto y todo.

Jesús nos dice que debemos orar y actuar bajo la mirada del Padre que ve en lo escondido. Nos invita a adentrarnos en el silencio, a hacer un recorrido de las apariencias a la autenticidad, a dejarnos sorprender por el misterio de Dios. Alguien nos está esperando más adentro, en el más profundo centro.

Ven, Señor a habitar en nuestra casa y ayúdanos a vivir reconciliados, en paz y en cercanía contigo y con los hermanos.


 

Solo Dios conoce nuestras intenciones reales. Ante su mirada de Padre tendremos que reconocer que, en muchas ocasiones, nuestros gestos y acciones ofenden y hacen daño. Es el momento de cambiar...

No hacemos cosas para “la galería”.
Las hacemos “porque llevamos dentro una fuente que mana
y brota el agua del espíritu”.
Las hacemos “para que nos cambien interiormente”.

Que mi oración, Señor, me cambie por dentro.
Que mi Misa, Señor, me cambie por dentro.
Que mi comunión, Señor, me cambie por dentro.
Que mi limosna, Señor, me cambie por dentro.
Que mis ayunos y sacrificios, Señor, me cambien por dentro.
Que no sean “analgésicos espirituales”.
Que sean “curaciones y sanaciones del espíritu”.

 

Mi más alto deseo

Quiero cantar la alegría de vivir
–¡para ti es mi música, Señor!–.
Quiero que mi vida sea una entera alabanza
a tu inquebrantable ternura.
¿Cuándo saciarás mi deseo?
Mi conducta será entonces un poema
de confianza y abandono;
en lo más recóndito de mi ser
tu nombre me inspirará la rectitud para con mis hermanos;
no admiraré las bravuconadas de los que se creían a salvo,
ni me recrearé en los pasos perdidos
de los que creyeron hacer de su orgullo un camino sin trabas.
Por el contrario, mis ojos estarán atentos
a descubrir todo lo bueno que pueda haber
en cualquier hombre y en cualquier situación humana,
porque todo lo bueno procede de ti.
Enmudecerán al ver que mi alegría
no es la del dinero ni de aquello
que se compra con dinero; sino que mi alegría
es más fuerte y duradera porque se enraíza en ti
y en el amor que de ti nos envuelve.
Mis amigos serán también de los que buscan tu rostro;
y con ellos, día tras día, entonaré mi acción de gracias en
tu presencia.
La verdad colgará de nuestros labios
como fruto de dulces entrañas compartidas;
y así terminarán por bajar la cabeza
los que propagaban su altiva razón como estilo de vida
y la trampa al hermano como medio de alcanzar
sus metas de avaro bienestar.
La plaza mayor de la libertad humana
estará repleta de los que invocaron tu nombre;
de los que protagonizaron tu salvación
dejándose salvar por ti.
Quiero cantar la alegría de ser tuyo
–¡para ti es mi música, Señor!–.
¿Cuándo saciarás este mi más alto deseo?

(Antonio López Baeza)


 

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