¡Qué poca fe!

 


"Jesús increpó vivamente a los vientos y al lago, 
y sobrevino una gran calma". 
(Mt 8, 23-27)

“El milagro de la barca azotada por las olas nos hace ver que la fe es la que nos salva. La esperanza y la oración, la confianza y el abandono, tocan el corazón de Dios. Dios se hace presente, Dios da su paz, su compañía y su gracia a quien se la pide. Aprendamos de los apóstoles. Ellos hicieron todo lo posible por impedir que la barca naufragara y al mismo tiempo imploraron la ayuda del Señor. Jesús no nos quiere personas pasivas, de brazos cruzados, nos quiere instrumentos activos, responsables, pero a la vez, llenos de esperanza. Esta es la clave para afrontar las tempestades de la vida”. (Benedicto XVI)

Jesús sube a la barca, y los discípulos lo siguen. Van detrás. En medio de la tempestad, cuando las olas fuertes de las preocupaciones nos sacuden, Jesús espera que lo despertemos. Seguirlo es confiar en él contra viento y marea porque la última palabra es suya

Jesús, igual que en el evangelio, viaja con nosotros. Su presencia es imperceptible. Necesitamos recurrir a él porque es nuestra única y verdadera carta de navegación

«Señor, sálvanos que nos hundimos» Cuando llegan las primeras adversidades nos asustamos y todo lo que creíamos que era confianza en Dios descubrimos que era creer en nosotros mismos. Sin embargo, él siempre escucha nuestra angustia y fortalece la fe cada día.

Aunque la tempestad sea fuerte, la confianza en Dios nos permite vivirlo todo con más calma.

Aquí reside nuestra seguridad y calma:

Saber que en nuestro barco va un pasajero a bordo.

¡Un polizón que ha cogido el timón de nuestras vidas y nos llevará a buen puerto!

Cuando acudimos a Él, viene en ayuda nuestra. Nuestra oración, siempre es oída, por más que “pensemos que Dios está dormido”.

"Se puso en pie, increpó a los vientos y al lago, y vino una gran calma." Nuestra vida no está amenazada a vivir en permanente estado de miedo. Hay tormentas, tempestades, situaciones que nos desbordan, enfermedades, accidentes. Pero compartimos la capacidad de resiliencia. De transformar la dificultad en fortaleza, la crisis en oportunidad, y los fracasos en sabiduría. Jesús enseña a sus discípulos que una barca tambaleante es la ocasión de activar la confianza.

"¿Por qué tenéis miedo?" Recuerda en los momentos de tormenta que Jesús está subido a tu barca, está contigo, aún cuando no puedas verlo. Grítale desde el corazón tus miedos, tus dificultades... Deja que calme tus tempestades.

Que en las tormentas, elevemos la bandera de la Fe en Jesucristo: ha prometido custodiar la Nave de la Iglesia, la Nave de las Familias, la Nave de cada uno de nosotros.

Jesús, aumenta mi fe. Dame una confianza más grande y fuerte en el amor del Padre.   

Que en medio de las tempestades que me toque vivir sepa poner mi corazón en la roca firme de tu amor. Amén.

 


 

 

Dios, en tus manos me abandono

 

 

Yo me abandono ¡Dios! en tus manos.
Toma este barro y trabájalo,
como arcilla entre las manos del alfarero,
dale una forma y después, rómpela, si quieres
como es despedazada la vida de tantos hermanos.
Pide, ordena ¿Qué quieres que haga?
¿Qué quieres que no haga?
Ensalzado o humillado, perseguido,
incomprendido,
calumniado, alegre o triste,
o inútil para todo, sólo diré,
a ejemplo de tu Madre:
“Hágase en mí según tu palabra”.
Dame el amor por excelencia,
el amor de la cruz.
Pero no de las cruces heroicas
que podrían nutrir mi vanidad,
sino de las cruces vulgares que,
sin embargo, llevo con repugnancia.
De esas que se encuentran cada día
en la contradicción,
en el olvido, en los juicios falsos,
en la frialdad del alma,
en los desaires y desprecios de los demás;
en el malestar y defectos del cuerpo,
en la oscuridad de la mente
y en el silencio y aridez del corazón.
Entonces sólo Tú sabrás que te amo,
aunque ni yo lo sepa, con eso me basta.
Amén


 

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