Limpiar el corazón
«Se reunieron junto a Jesús los fariseos
y
algunos escribas venidos de Jerusalén;
y vieron que algunos discípulos comían
con manos impuras,
es decir, sin lavarse las manos».
(Mc 7,1-13)
El evangelio nos llama a que no nos limitemos a honrar al Señor sólo con los labios, mientras nuestro corazón permanece lejos de Él por falta de un amor auténtico, que nos ponga al servicio de nuestros hermanos.
Nuestra fe es una invitación a entrar en relación con una persona, Jesús, y dejar que su amor y su presencia llegue hasta el centro de nuestro corazón. Estar cerca de Jesús, significa que Él habita en nosotros y transforma nuestra existencia; para que permaneciendo en nosotros y desde nosotros, se manifieste con las obras concretas de nuestra vida, que Él sigue amando y salvando a todos mediante su Iglesia.
"Dejáis a un lado el mandamiento de Dios para aferraos a la tradición de los hombres"
El mayor mandamiento es el Amor y nos dedicamos a tradiciones que olvidan a la persona para dedicarnos a ser políticamente correctos.
Cuando se antepone la tradición de los hombres al mandato de Dios, lo honramos en palabras, oraciones, culto, pero el corazón está lejos de él.
El mandamiento de Dios es el amor, lo demás lo hemos creado para justificar nuestra falta de amor a él y a los demás
Un día más, que el frío no nos impida amar.
Que no se hiele el corazón ante tanta negatividad y sepamos ver lo positivo de cada uno.
Adelante en el camino del bien, en el camino del Reino de los cielos.
Ánimo.
Da, entrega, entra en la dinámica de Jesús de Nazaret:
Amar.
Hemos de buscar a Dios para que nuestra jornada no se convierta en una serie de actividades, compromisos, obligaciones sin sentido, hechos en ocasiones sin saber por qué se hacen, sino que sean nuestros días un continuo ofrecimiento a Dios de nuestras acciones.
Es en el corazón donde está la clave del seguimiento, del encuentro con Dios, de la fe. Tenemos que tener cerca de Dios el corazón, el centro de nuestra vida, el sentido de lo que somos, lo profundo, lo que la mueve
¿Cómo pasar de la religiosidad a la espiritualidad; de la repetición de costumbres a la experiencia de fe? (Mc 7,1-13)
No caigamos en la tentación de reducir el cristianismo al cumplimiento externo de ritos, tradiciones o costumbres, que nos dan seguridad pero que pueden esconder nuestro miedo a dejarnos transformar por la gracia o nuestra incapacidad de amar como Él nos amó.
Cada criatura que viene a este mundo es sagrada.
La vida, la creación entera, son un enorme misterio de amor.
"Y vio Dios que todo era bueno".
Es el bien quien tiene poder creador.
Es el bien quien tiene la última palabra.
En cada respiración Dios nos infunde su aliento.
Tú y yo nos vamos haciendo
En ti estoy, de ti vengo, a ti voy.
Estás fuera de mí, puedo encerrarme.
Estás dentro de mí, puedo encerrarte.
No puedo dejar de estar en ti.
Mi carne extiende raíces que llegan hasta ti.
Puedo olvidarlo.
Mi espíritu es una chispa
que brota de tu incendio.
Puedo ignorarlo.
No puedo dejar de venir de ti.
Mis ojos buscan su horizonte.
Mi corazón, su hogar universal.
Puedo extraviarme en una encrucijada.
Puedo paralizarme en algún hogar.
No puedo dejar de ir hacia ti.
No vi tu rostro cuando salí de ti.
No fue una despedida.
Allí empezó un encuentro sin orillas.
Cada tarde añado en mi lienzo
un nuevo rasgo tuyo.
Cada tarde añades en tu lienzo
un nuevo rasgo mío.
En medio del camino al adivinar una frente,
al estrechar una mano, al mirar unos ojos,
al nacer el futuro, al morir el presente,
yo te descubro, yo me descubro.
Dentro de mí, los dos a la par,
uno hacia el otro, nos vamos haciendo…
Ahora te veo, Señor marginado,
maestro sirviendo, madre exprimida,
padre sin nada, infinito pidiendo, libre clavado.
Ahora te veo, pueblo en camino.
Y en este misterio se pierden mis días,
mis razones y mis sueños.
Tú y yo nos vamos haciendo tu pueblo.
B. González Buelta s.j.
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