Abre nuestro corazón.
“Hace oír a los
sordos y hablar a los mudos”.
( Mc 7, 31-37).
"Effetá (esto es, ábrete)"
"Effetá", nos dice Jesús.
¿Qué es lo que me impide escuchar desde el corazón?
¿Qué es lo que me impide hablar desde el corazón?
«Él, apartándolo de la gente, a solas, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua».
«Estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica».
¡Escucha!
Abrir los oídos a tantas voces silenciadas.
Soltar la lengua para hablar bien de los demás.
Liberarnos de miedos que nos impiden expresarnos.
Escuchar a quienes no se les deja hablar.
No solo mis oídos y mi lengua, Señor, sino también toca mi corazón.
La Vida nos habla.
Silenciemos las quejas, aceptemos con serenidad, y sintonicemos para captar el mapa de ruta por el que Dios nos guía en su designio eterno.
Es camino seguro!
Abrirse a los que están solos y necesitan la compañía y el compromiso que supone darse.
Abrirse para romper nuestra soledad y la de los otros que se acercan.
Abrirse para mirar más allá de las apariencias y llegar al corazón y la dignidad del otro.
El pecado nos aísla, encerrándonos en nosotros mismos e impidiéndonos amar. Jesús desata los nudos de nuestro corazón con su misericordia y restablece nuestra capacidad de amar y de entrar en comunión con Él y con los demás.
Señor, soy sordo cuando no oigo las necesidades de los demás, cuando no busco entender su punto de vista.
Soy mudo cuando no pronuncio palabras llenas de bendición sino de crítica.
Sordos y mudos ante el dolor de los pobres en el que Jesús nos habla.
Así estamos tantas veces.
Encerrados en nosotros mismos, sin escuchar a los demás, sin comunicar el Evangelio.
Señor abre nuestros
oídos, nuestra boca y sobre todo, abre nuestro corazón.
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