¿ Simples migajas?
“Mujer, qué grande es
tu fe:
que se cumpla lo que deseas”
(Mt 15,28)
¡Qué insistencia la de
esta mujer!
Pide, vuelve a pedir,
insiste.
“Ten compasión de mí, Señor”
Es una oración sencilla, pero muy rica.
Con pocas palabras reconocemos nuestra pobreza, expresamos confianza en
Dios y nos preparamos para poder recibir el don de Dios.
¡Qué bien nos haría repetir muchas veces esta oración!
Deja una y otra vez que se
asome su deseo hondo y se haga presente en sus palabras de fe.
Procura que tus palabras
no vayan más allá de la verdad que hay en tu corazón, pero procura poner tu
corazón en lo que le dices a Dios y en lo que dices a los demás.
Asomo ante ti, Señor,
mi corazón,
te miro y espero tu
compasión.
Jesús pone a prueba la fe de aquella mujer.
Primero se calla y después contesta con dureza:
“No
está bien echar a los perros el pan de los hijos”.
Pero la fe de la mujer se crece ante la aparente
frialdad del Maestro.
Al final, Jesús la premia con un piropo: “Mujer, que grande es tu fe” y con la
curación de su hija.
La fe crece en el silencio de Dios y madura
cuando parece que Él sólo se acuerda de nosotros para maldecirnos.
Por eso el silencio y la cruz también pueden ser
don de Dios, bendición de Dios.
Cuando pasan estos “malos-buenos” momentos nos
damos cuenta de Dios también muestra su amor en el silencio y el dolor.
La
fe que Jesús reconoce en aquella mujer extranjera es una invitación a saber
reconocer y valorar todo lo positivo de cada persona.
Que,
para nosotros, es signo del amor de Dios.
La
escena recuerda también la oportunidad que hoy tiene nuestra Iglesia de ser
acogedora de tantas personas llegadas de otros países.
Dios
es Padre de todos; por tanto, el "pan" que él ofrece es para todos sus
hijos e hijas, sin exclusión.
- Que la puerta de nuestro corazón, Señor, nunca esté cerrada a nadie ni a ninguna necesidad de nuestros hermanos.
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