«Venid a mí...»

 

 

"Te doy gracias, Padre... porque has escondido estas cosas a los sabios... 
y se las has revelado a los pequeños" 
( Mt 11,25-30).

A Dios no se llega por los arduos escalones del razonamiento Si no descendiendo por los peldaños de la sencillez y la contemplación. Los sabios y entendidos están tan llenos de conocimiento y sabiduría que no pueden acoger el Evangelio. Los pequeños, marginados y maltratados por la vida están tan vacíos de esperanza y oportunidades que solo el Evangelio puede llenarlos.

“Has revelado estas cosas a la gente sencilla” Y yo, ¿valoro a las personas sencillas, sin estudios, sin presencia...? Te doy gracias, Padre, por la sabiduría práctica de muchas personas aparentemente ignorantes, por los pobres que nada tienen y aún reparten.


Te doy gracias, Padre, de todo corazón por los pobres que nada tienen y aún reparten, por las personas que pasan sed y agua nos dan, por los débiles que a sus hermanos fortalecen, por los que sufren y comparten su consuelo, por los que esperan y contagian su esperanza, por los que aman, aunque el odio les rodee, por los que se conmueven ante un amanecer, ante un recién nacido, ante un gesto de amor.

Te doy gracias, Padre, de todo corazón, por los humildes que piden y acogen tu perdón, por los que se estremecen al escuchar tu Palabra, por los viven con gratitud la posibilidad de dar la vida, por los que se alimentan en el pan de la Eucaristía, por los que saben apoyarse en sus hermanos, por tus hijos que se emocionan al llamarte Padre. Ayúdanos a crecer en sencillez y humildad, a acoger agradecidos tu Palabra y tu amor.

El camino nunca es fácil, hay muchos momentos en que nos sentimos superados por las piedras del mismo y nos lleva a no ser capaces de avanzar. Olvidamos que no caminamos solos, él está con nosotros y el apoyo de la Iglesia.

"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón." Es la misma petición humilde que nos hace Jesús, como el "permaneced en mi". Sabe que tendemos a irnos, a escapar. Por eso con un cariño total, cada día, nos vuelve a mirar extiende sus manos, y nos invita a volver a Él. Si cien veces caemos, cien veces se agacha para levantarnos. No hay otra opción, hasta que nos convenzamos de que a su lado la vida se torna paz, confianza y seguridad.

«Venid a mí...» No busquemos a nadie más, sólo a Él. Vayamos junto a Él, es el verdadero compañero de camino. Buscarle, seguirle, encontrarle, quedarnos con Él, amarle. Es la historia de todo discípulo. Hemos oído hablar de Él, le buscamos y le seguimos. Siempre accesible, siempre nos espera y siempre nos llama, para enseñarnos a descansar, ¡descansar de verdad! Acerquémonos. No nos quedemos lejos, no quiere distancias, quiere al lado. Desea estar con nosotros, caminemos, busquémosle, amémosle, quedémonos con Él. ¿Dónde está? Miremos bien, está en el prójimo, está en ti y en mi, en todos.

No son pocos los que consideran que el ser cristiano es algo insoportable y pesado. Jesús directamente nos dice lo contrario: "Mi yugo es llevadero y mi carga ligera". No será mala cosa comprobarlo, porque desestimando por prejuicio nos deja en mal lugar y tiene sus consecuencias

Jesús siempre está contigo. Cuando no puedes más, está contigo. Cuando todo te sale mal, está contigo. Cuando todo te sonríe, también está contigo.

Señor Jesús, amigo que nunca fallas, 
te abro mi corazón de par en par y al descansar en Ti, aprendo a amar.


"Mi yugo es llevadero y mi carga ligera".
El yugo de cada día, ¿Lo llevamos con el Señor? La carga será más ligera con Él al lado. A veces nos quejamos de las cargas y cruces que llevamos en nuestros días, pero también olvidamos que Él quiere cargar con cada una de ellas. Confíate y descansa en Él.  

"¿En qué consiste este yugo, que en lugar de pesar aligera y en lugar de aplastar alivia? El yugo de Cristo es la ley del amor, en su mandamiento que ha dejado a sus discípulos. El verdadero remedio para las heridas de la humanidad, sea materiales, como el hambre y las injusticias, sea psicológicas y morales, causadas por un falso bienestar, es una regla de vida basada en el amor fraterno, que tiene su manantial en el amor de Dios". ( Benedicto XVI)


 

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