¡Anuncia!
“¿Acaso no podía el Señor resucitar sin las cicatrices? Sin duda, pero sabía que en el corazón de sus discípulos quedaban heridas, y para sanarlas conservó las cicatrices en su cuerpo”, San Agustín
Jesús se presenta en medio de la comunidad. Les desea la paz cuando están aterrorizados y llenos de miedo. Les pregunta por qué surgen dudas. Para resolverlas, les invita a tocarlo, a reconocerlo, pero no terminan de creer. La fe es apertura al Misterio.
Igual que a los discípulos, también hoy, cuando se nos presenta Jesús resucitado, nos cuesta reconocerlo. Pero está ahí: en manos, en caminos, en paisajes. ¿Atraviesas las apariencias para reconocerlo? ¿Qué harías si en este mismo instante vieras a Jesús delante de ti? Imagina escuchar unos pasos cerca y, al levantar la cabeza... encontrarte con su rostro. ¿Cómo reaccionarías?
¿Por qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro corazón? Mirad mis manos y mis pies: soy yo en persona". Jesús convierte el lugar del dolor en el sacramento de su máximo amor. Muestra las llagas de su pasado, no con afán victimista, sino como espacio dónde Dios actúa y resucita su vida. Feliz herida que Dios convierte en salvación. Es la mayor prueba de la acción de Dios. No busca personas intachables ni perfectas. Busca corazones humildes que se dejen renovar y sanar gracias al amor todopoderoso de Dios.
El Señor se hace presente en la comunidad y se sienta a la mesa con sus discípulos. Es un lugar de encuentro, de compartir, de presencia, de invitación, de escucha, de alimento, de dar y darse, de recibir, de familia…
El Señor Resucitado siempre se presenta en medio de sus discípulos. Es la experiencia crucial de sus seguidores. Sólo después de sentirle presente, vivo y en necio de ellos, es cuando los suyos se ven transformados en testigos, en evangelizadores. Así son movidos por el Espíritu.
¡Jesús es la paz, que nos da libertad y vida en plenitud! ... ¡Tú eres testigo, anda y anuncia!
Todo cristiano
hoy está llamado a convertirse en auténtico testigo de Jesús, reviviendo en sí
mismo el misterio pascual. Su formación cristiana es completa cuando su vida se
abre generosamente a la obra de evangelización y salvación de sus hermanos.
Atravesar las apariencias
Podemos estrechar
miles de manos,
y quedar solos,
llenos de sensaciones
en el borde de la piel.
Una sola mano,
y sentir en ella
el calor del absoluto.
Podemos recorrer
muchos caminos,
y quedar sin futuro
llenos de metros
en la planta de los pies.
Podemos dar
un solo paso,
y anticipar en él
el gozo de la meta.
Podemos mirar
muchos paisajes,
y quedar vacíos
llenos de imágenes
en la superficie del color.
Podemos contemplar
un solo horizonte,
y ver asomarse en él
la plenitud del infinito.
(Benjamín G. Buelta, SJ)
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