Envío
Jesús se aparece a los once para enviarlos a la misión. Anunciar una Buena Noticia en un mundo lleno de tantas malas; a echar demonios donde la división impera; a hablar lenguas nuevas donde no hay novedad ni entendimiento; a sanar lo que está herido
El envío del Resucitado es universal: supone ir al mundo entero; nada queda fuera, ni persona ni lugar, del objeto de la proclamación del Evangelio. Hay que salir del propio lugar de confort con el deseo de alcanzar toda la creación con la Buena Noticia de Jesús. Sólo ella salva.
La voluntad de Dios está clara: nos manda, nos envía, nos invita a vivir cada día como una misión. La de ir a todos los rincones de la vida, al mundo entero de lo que vivimos y amar lo que encontremos y dejarnos amar por Jesús. Ese es el núcleo del Evangelio. Proclamemos la posibilidad de una existencia alegre, divertida, pacificada, expansiva. ¿Por qué normalizar la queja, la rabia, la tristeza, el enfado, la ansiedad? Anunciemos la buena noticia del amor.
Me invitas, Señor, a ponerme en camino de Buena Noticia y proclamar con mis gestos que Dios es amor.
Fe y obras, creemos en Dios y tenemos la obligación de hacerlo realidad en nuestro testimonio, ya que la realidad es la vida en la experiencia de cada día. El envío nos obliga a hacer visible su amor cuando lo anunciamos al mundo.
Esto de ser discípulos se tiene que notar. Tenemos que provocar preguntas para que podamos responder presentándole a Él. El primer anuncio es nuestra manera de vivir. Que se note que amamos, servimos, cuidamos acogemos…
Creer conlleva mostrarlo en nuestra vida. Podemos enfrentarnos al mal, hablar el idioma de la ternura, afrontar riesgos cotidianos, cuidar a quienes tenemos cerca.
Es fácil amar lo amable, rozar lo bello,
admirar brillos y fachadas,
agujero negro de miradas distraídas;
aplaudir lo exitoso,
jalear lo apuesto,
empujar aún más alto
lo que no toca techo.
Difícil es adentrarse en el caos
oculto tras el rostro cordial.
Deambular por las estancias
pobladas por demonios de dentro,
las memorias
que encadenan nuestro vuelo a derrotas pasadas,
los amores difíciles,
las batallas perdidas,
los gritos que, sin darlos,
martillean en cada rincón.
Difícil, pero posible.
Todos necesitamos,
alguna vez,
alguien
que toque, con ternura,
nuestras cicatrices.
José Mª Rodríguez Olaizola,
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