Permanecer
La fe en Jesús, el vínculo con Él, nos abre para recibir la savia del amor de Dios, que multiplica nuestra alegría, nos cuida con esmero y hace brotar sarmientos incluso cuando la tierra de nuestra vida se vuelve árida. Separados de Dios y los hermanos nos secamos y morimos. Solo unidos a Él y entre nosotros damos fruto abundante...
Jesús resucitado pide a los discípulos que permanezcan en él. Realmente, no seguimos un elenco de verdades, no seguimos a algo sino a Alguien. Tener fe auténtica consiste en adherirse a Jesús, a su mensaje Salvador. Sólo cuando permanecemos en la vid podemos dar fruto abundante
"Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará." Permanecer es la petición humilde que nos hace Jesús cada día. No te vayas, no te alejes. No nos puede obligar a quedarnos, pero sabe lo que sufrimos cuando nos alejamos. Cómo el hijo pródigo que se fue pensando que encontraría lo que buscaba, cuando nos separamos de Dios pasamos hambre y frío. Sufrimos innecesariamente. Pero si nos quedamos, en casa, qué bien se está cuando se está bien. No te vayas. Cristo quiere que esté unido a Él. Para que yo pueda seguir vivo, y para que mi testimonio como cristiano sea verdadero. Pero... ¿soy capaz de mantener firme y sólida esa unión? ¿Alguna vez te has desconectado de Jesús? ¡Entonces, sabrás lo vital que es permanecer conectado! ... ¡ES VIVIR!
Permanecer
Hoy todo fluye,
todo cambia,
todo trae fecha de caducidad.
Maldito presente absoluto
que se nos ha instalado dentro,
como un intruso,
ocupando las estancias
de la memoria y la esperanza
con su ahora
cargado de exigencias.
Y así, huérfanos de historias
y vacíos de futuro,
somos presa
de los estados de ánimo,
tan cambiantes.
Nos devoran las crisis
en tiempo menguante.
Nada perdura.
Ni el amor.
Ni las promesas que hicimos
y que recibimos.
Ni la confianza
en el para siempre.
No sabemos conjugar
el verbo permanecer,
y exigimos
que todo, hasta Dios,
cambie a nuestra medida.
Así no hay viña que crezca y dé fruto.
Devuélvenos, Señor,
la conciencia
de tu tiempo y tu presencia.
Enséñanos a ser sarmientos
de la vid, que eres Tú.
Devuélvenos la fe,
Tú que calmas las tormentas.
(José M. Rodríguez Olaizola)
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