El mellizo

 

"Estaban los discípulos en una casa, 
con las puertas cerradas 
por miedo a los judíos. 
Y en esto entró Jesús, 
se puso en medio y les dijo: 
«Paz a vosotros»
(Jn 20,19-31).

El miedo encierra, aleja, es contrario a la fe. La presencia de Jesús, da paz y regala Espíritu en la comunidad. Tomás no está ni en la comunidad ni abierto al don. No cree. Quiere pruebas. Meter su dedo, su mano, para atrapar y dominar el Misterio.

El Señor resucitado se hace presente en medio de sus discípulos, les muestra las heridas de sus manos y su costado, sus llagas, convertidas en canales de misericordia y perdón, les infunde su espíritu, les envía a una misión. Así, los discípulos ven que con Jesús la vida vence, la muerte y el pecado son derrotados. La condición para hallar al Señor es estar en la comunidad. Separarse de ella supone evitar la Divina Misericordia.


Encontrarnos con Él y sentir la Divina Misericordia es aprender de Jesús a ser misericordioso con los demás. Pero… antes tenemos que ser capaces de reconocer al Resucitado en nuestras vidas.


Las puertas de la misericordia nos invitan a ingresar, saciarnos y renacer del manantial de vida y paz en abundancia. ¡Jesús nos espera, nos busca y nos llama!

Lo que más desea el Resucitado es que vivamos en su paz. La paz de Jesús no es la ausencia de conflictos, no son jornadas adormecidas, donde nunca pasa nada. La paz de Jesús es la confianza radical en que está acompañado por la presencia de su Padre. Nada se escapa de su mano. Y en todo lo que nos ocurre interviene Dios para el bien de los que él ama. Esa seguridad se traduce en confianza.

Ábrenos los ojos de la fe, 

para reconocerte resucitado en los hermanos, 

en las llagas de los pobres..


También a nosotros, como a Tomás, podemos reconocer a Jesús nos concedes el regalo de tocarte, de sentirte a nuestro lado. Como Tomás, también nosotros tocando sus heridas en el cuerpo de los pobres y de los que sufren. El resucitado nos espera allí


 

Dudo, Señor, dudo

Dudo, Señor. Dudo.
Y busco tu resurrección
en gestos espectaculares,
coincidencias imposibles
o cambios radicales.
Pero ni siquiera a Tomás,
tu amigo,
le diste esas señales.
Sino que enseñaste tus heridas
y tu carne dolorida,
un costado abierto
y unas manos atravesadas.
Hoy, ante mis dudas,
vuelves a apuntar a tus heridas.
Hoy no ya por clavos y lanzas.
Sino en tu cuerpo,
que es la Iglesia,
que es el mundo.
En tus heridas abiertas hoy
me llamas a descubrirte
vivo y resucitado.
En las heridas sangrantes
por la injusticia del mundo.
Y en las heridas de mi vida
que no soy capaz de curar.
Pero, aunque yo me resista
y te pida nuevas pruebas,
es ahí donde señalas.
Y me dices otra vez
que crea en ti porque estás
vivo y resucitado.


(Óscar Cala, SJ)


 

 

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