"Bendito el que viene en el nombre del Señor".

 


«¡Hosanna! 
¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, 
el de nuestro padre David! 
¡Hosanna en las alturas!». 
 (Mc 11, 1-10)

Es Domingo de Ramos. Llamados a acompañar a Jesús… ¡vamos a emprender juntos el camino de la humildad! Nos mueve el mejor motor posible: el Amor de Dios.

Jesús manda a dos discípulos a buscar un pollino que nadie ha atado, y que nadie ha montado todavía. La entrada en Jesús en Jerusalén, derrama humildad, novedad, originalidad. En sencillez y silencio frente aclamaciones y gritos, el Reino se abre.

Jesús entró en Jerusalén como un Rey humilde y pacífico: ¡abrámosle nuestros corazones! Sólo Él puede librarnos de la enemistad, del odio, de la violencia, porque Él es la misericordia y el perdón de los pecados.

 
 
 
 
 
 
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! 
¡Hosanna en lo alto del cielo! 
¡Alabad al Señor, todas las naciones! 
¡Ensalzadlo, todos los pueblos! 
Su amor hacia nosotros se ha manifestado misericordioso; 
¡la fidelidad del Señor es eterna!


No permitas, Jesús, que nuestro: "Hossanna, Bendito el que viene", se transforme el viernes en: "Crucifícale". Concédenos que nuestros pasos sintonicen y acompañen tus pasos.

La Pasión que leemos hoy, como introducción a la semana Santa, es una invitación para leer nuestra vida a su lado, vivir lo que somos junto a Él. Le reconocemos como Rey para seguirle, le seguimos para ser con Él. Le buscamos, nos da libertad, siempre está. Son días especiales, días llenos de encuentros. Hay intimidad, hay sinceridad, hay sueños.


"Dios mío, 
Dios mío, 
¿por qué me has abandonado?"
(Mc15,1-39).   
Estremece. Pero sigue habiendo diálogo y comunicación. Aparece la pregunta del "¿Por qué?", pero no hay distancia ni ausencia. Hay sostén, hay con quién vivir la noche más oscura que en toda biografía aparece. Jesús no rompe el vínculo con su Padre. La nitidez de ese amor se oscurece, se deja de sentir, de comprender, pero es tan firme, que no hay ruptura. Ahora no lo puedes comprender, lo entenderás más tarde. Esa confianza y esa paciencia salva a Jesús y nos salva a nosotros.

“Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” Tuvo que ser un extranjero, centurión encargado de supervisar la ejecución para más señas, el que hizo aquella confesión fe. Entre tantos fariseos que se burlaban de Él, y tantos que contemplaban curiosos el espectáculo, aquel hombre es el único que ve la grandeza del ajusticiado

 

NO DEJES DE SUBIR, SEÑOR
Porque, arriba en Jerusalén,
te necesitamos para que nos des vida.
Aunque hoy te aclamemos
y mañana te olvidemos
NO DEJES DE SUBIR, SEÑOR
Tú, Señor, eres nuestro Rey
En Ti está nuestro futuro
Detrás, de la muerte, vendrá la vida
Detrás, del llanto, el gozo
Perdona nuestra falsedad
Olvida nuestras mentiras
Bendito por venir a nuestra tierra
Bendito por venir a salvarnos
Bendito por lo mucho que nos amas
Sube, Señor, a Jerusalén
Sube, Señor, a la cruz
Pues, sabemos todos, Señor
lo mucho que, por Ti, Dios nos ama
NO DEJES DE SUBIR, SEÑOR

 

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