¡He cumplido!
“Este árbol, de dimensiones celestes, ascendió de la tierra hasta los cielos. Planta inmortal fijada entre el cielo y la tierra. Es el punto de apoyo fijo del universo, el punto de reposo de todas las cosas, cimiento del orbe, eje cósmico. Resume en él y en una unidad la multiplicidad de la naturaleza humana. Está sujeto por clavos invisibles del espíritu para no soltarse de su unión con lo divino. Toca las supremas alturas del cielo y con sus pies consolida la tierra y abarca con sus brazos inconmensurables la atmósfera ancha e intermedia". Himno anónimo (siglo IV).
La cruz no es sólo expresión de la mayor injusticia, es expresión, por su amor, de la máxima entrega y del darse por completo.
Nuestra Salvación pasa por permanecer junto a la cruz de Jesús y por permanecer junto a todos los crucificados de hoy, los pobres, los heridos, los enfermos, los descartados. Miremos el árbol de la cruz Atrevámonos a permanecer junto a él.
Jesús se entrega por entero. En la Cruz, Jesús transformó la mayor iniquidad en un acto supremo de amor.
“Un pastorcico
solo está penado,
ajeno de placer y de contento,
y en su pastora puesto el pensamiento,
y el pecho del amor muy lastimado.
Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado
sobre un árbol, do abrió sus brazos bellos,
y muerto se ha quedado asido dellos,
el pecho del amor muy lastimado”
(San Juan de la Cruz).
Que en este libro santo, mirando al crucificado, aprendamos las lecciones más profundas de la vida.
El Viernes Santo es un día para dedicarlo a dar consuelo a Nuestro Señor. Todos podemos ser la Verónica para decirle a Jesús que lo queremos.
“Tengo sed”. Palabras que retumban. Jesús las pronuncia desde su trono de Amor, desde el madero de la Vida, para que se cumpliese la Escritura (Sal 69,22). Sed de una humanidad consumida por el hambre, las injusticias, la violencia, la falta de Dios.
“«Está cumplido». E inclinando la cabeza, entregó el espíritu.” Es una entrega total. No se reserva nada. Hasta el último aliento por cada hombre y mujer de este mundo. Vaciarse por completo. Su darse es completo, da la vida. La muerte es la expresión de la entrega total, de generosidad, de gratuidad... del amor.
Jesús ha cumplido bien su misión; ha sido fiel al Padre; se ha entregado por entero para salvar a la humanidad; se ha desvivido hasta la última gota de sangre por nosotros, pecadores. Habría que ser muy insensible para no emocionarse y agradecer de corazón ser salvados.
El silencio inunda el mundo. No hay grito que exprese el dolor vivido. Tanto dolor en el mundo, causado en nuestra iglesia, hace que la vida entregada con confianza, con amor nos lleve a proclamar que todo está cumplido en el Padre.
Jesús hablaba de dar gratis lo que gratis recibimos. Morir no es otra cosa que devolver la vida a las manos que otro nos ha dado. El problema es la posesión, el apego, lo que nos guardamos de lo recibido y que nunca entregamos. Jesús no entierra sus talentos, los da, los reparte, los entrega. Los que mueren por la vida no pueden llamarse muertos y a partir de este momento es prohibido llorarlos.
Los que mueren amando y perdonando han coronado su paso por la historia.
Manos del Viernes Santo
Hay manos crueles.
Señalan, violentas,
apuntando al justo.
¡Que muera!
Se lava las manos
quien no se complica
ni con la justicia
ni con la verdad.
¡Que muera!
Aplauden, absurdos,
quienes de todo
hacen un espectáculo.
Libera a Barrabás.
Y ese, ¡que muera!
Agarran el látigo,
trenzan las espinas,
despojan de ropas,
empuñan el mazo
o clavan en cruz,
las manos serviles
de quien obedece
a normas injustas.
¡Que muera!
Pero hay otras manos
que ofrecen alivio,
enjuagan cansancios,
comparten el peso,
acogen un cuerpo,
esconden el rostro
surcado por lágrimas,
o se alzan al cielo
en muda plegaria.
Y luego, sus manos,
traspasadas.
¿Dónde están las tuyas?
(José María R. Olaizola, SJ)
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