Crece y germina
"Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto". (Jn12, 20-33).
Un grupo de griegos acuden a Felipe porque querían ver a Jesús. Aquella fue ocasión para que el Señor mostrara la verdadera dimensión de su acontecimiento redentor: "cuando yo sea levantado sobre a tierra, atraeré a todos hacia mí". Rasgo distintivo del discípulo es el servicio.
Jesús se siente como un grano de trigo, ni siquiera una espiga. Y descubre que el destino del grano es caer a tierra, morir. Para no quedar solo. Y dar mucho fruto. ¡Cuánto nos cuesta asumir esta gran sabiduría! Jesús sabe bien que él es ese grano de trigo que va ser enterrado. Ha llegado la hora. Algo tan sencillo como el proceso de una semilla que se convierte en árbol, espiga, planta, le sirve a Jesús para explicar qué es la vida. Si nos mezclamos con la realidad, si la abrazamos, si somos inmersivos, la vida crece, nosotros crecemos, damos vida. Si el miedo nos hace huir de todo lo que suene a quiebra, a ruptura, a donación, entonces olvidamos para que vivimos. El que se protege se pierde. El que se entrega, siempre gana.
El evangelio nos invita a sembrar y a sembrarnos como granos de trigo para dar vida en abundancia.
Morir para dar vida. Es la paradoja de la Palabra de hoy. La fecundidad se muestra en la entrega, el servicio, el don de sí. Quien se guarda, se cuida en darse, vive para las realidades temporales, dejó de vivir las eternas y verdaderas.
La gloria, para Dios, no corresponde al éxito humano, a la fama o a la popularidad, no es una manifestación grandiosa de potencia a la que siguen los aplausos del público. Para Dios la gloria es amar hasta dar la vida.
Nuestra vida, nuestras acciones, serán el germen de algo bueno si ponemos verdadero empeño en ello. ¡Crece y germina como una semilla entre los tuyos!
La vida del Espíritu brota de la abnegación y la cruz. Bendito misterio redentor, que nos hace ingresar en la vida divina. Pronto contemplaremos a Jesús convertido en grano de trigo dando la vida, que traerá mucho fruto. Una nueva Pascua noes espera.
En el nombre del Padre
Porque Tú lo has
querido
estoy aquí, Señor. En Tu nombre.
No he venido yo; me has absorbido
en la espiral de amor,
que eres con todos.
Nadie puede arrimarse a Ti
sin que entero lo abraces,
lo hagas Tuyo.
Sin robarle nada,
dándole todo.
Del suelo a la cabeza
soy regalo tuyo,
espíritu que vuela
y cuerpo que lo apresa.
No puedes ya
salirte de este mundo.
Me inundaste
y, empapado de Ti, te voy sembrando,
y al tiempo, me siembro,
como grano de trigo,
en mis hermanos.
No quiero quedar solo.
Tu rostro buscaré, Señor.
Hasta decirte ¡Padre!
Pero sólo te encuentro, cuando,
a todo lo que mana de Ti
le digo: ¡hermano!
(Ignacio Iglesias, sj)
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