Un padre
Menos mal. "Ese", es Jesús. "Ese", es nuestro Dios. No hay otro. Cuando nos oigáis condenas, rechazos, amenazas en nombre de Dios no hagáis caso. Como en tiempos de Jesús hay representantes religiosos que siguen juzgando, usando del miedo, de la condena, para perpetuar su poder y privilegio. Pero el amor es la esencia y la identidad de Dios, no el miedo. Dios es como el Padre que narra Jesús. Que sale cada día al camino a buscarnos, con la ilusión de celebrarnos una fiesta. Porque estábamos perdidos, y hemos vuelto a casa.
El amor sin límites de un padre, de una madre, hacia sus hijos supera cualquier ofensa que éstos hayan cometido. Es el amor más grande, el más puro. El amor con mayúsculas.
Una de las páginas más bellas del Evangelio que siempre nos toca el corazón. A veces, perdidos, somos el hijo menor. A veces, inmisericordes y severos seguros de nuestra conducta, el mayor. Estamos llamados a ser el abrazo del Padre.
Dos hermanos. Dos historias. Dos actitudes. El mayor siempre con el Padre pero muy lejos de su ternura y su misericordia. El menor a gran distancia pero buscando su amor y perdón. El Padre es compasión para los dos.
«𝐄𝐬𝐭𝐚𝐛𝐚 𝐩𝐞𝐫𝐝𝐢𝐝𝐨 𝐲 𝐥𝐨 𝐡𝐞𝐦𝐨𝐬 𝐞𝐧𝐜𝐨𝐧𝐭𝐫𝐚𝐝𝐨» La parábola nos muestra la entraña del cristianismo: Dios te ama con un amor gratuito, te ama como eres
El perdón da alegría. Si me perdonan, me alegro. Si perdono y recupero una relación, me alegro. Si perdonan a otro, me alegro. Si el perdón nos acerca, me alegro. La alegría de vivir juntos, de ser hermanos. ‘Ha vuelto tu hermano…’, alégrate.
El perdón siempre termina en fiesta. Porque el perdón de verdad restituye las relaciones fraterna y rehabilita la filiación con Dios. El mayor obstáculos para experimentar el perdón, que se recibe o se ofrece, es considerar que no hay pecado ni la necesaria reconciliación.
Existe un momento, en que todo se reinicia, y se comienza una nueva historia maravillosa, es el encuentro del corazón sincero y arrepentido y la misericordia que transforma todo en Vida en abundancia... ¡Bendito Sacramento del Perdón!
que te dignas ser mi Padre
y quieres que yo me considere y sea hijo tuyo.
Ábreme los ojos e ilumínalos con la luz de la fe
y dame a conocer cuántos beneficios
me haces continuamente.
Me dejas disponer de todos los tesoros de tu misericordia,
abiertos los tienes para mí,
como si fueran cosa mía,
como bienes destinados
para el heredero de tus riquezas.
Porque así es, Señor,
que me has hecho hijo y heredero,
a quien nada puede negarse.
A mí, que nada tengo
y nada soy por mí mismo,
que me has dado todo
y me lo has concedido todo
y me has llamado a excelsos destinos
haz que me sienta y sea siempre hijo tuyo.
Amén.
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