Plenitud
La Ley conduce a Cristo. En Cristo la Ley llega a su plenitud. Y Cristo al llegar a su consumación, entrega al Padre su Espíritu.
La ley no es sólo unas normas que cumplir, sino también una forma de aplicar donde la equidad y la misericordia están presentes.
Jesús no viene a abolir la Ley y los Profetas, sino a darles plenitud. No viene a restringir, limitar, quitar o eliminar nada. Es una perspectiva novedosa, positiva e integradora. Nadie queda fuera. No hay exclusión ni condiciones. Es un don para todos. Jesús viene a dar plenitud... por eso cuenta con todos y con todo: No para quedarse a mitad camino sino para empujar a la meta.
"No he venido a abolir, sino a dar plenitud". Tan breve y tan profundo. No venimos a arrasar lo que ya hay. Venimos cada persona a este mundo para hacerlo un poco mejor. Jesús reconoce agradecido, toda la acción de Dios en la historia. Los pasos progresivos de acercamiento al corazón del ser humano. Pero al llegar la plenitud de los tiempos, la Encarnación del hijo nos introduce en la máxima intimidad con Dios. Plenitud de amor, que expulsa el temor, que devuelve la identidad a cada persona. No somos esclavos, sino hijos. No tememos el castigo. Acojamos diariamente el regalo de la vida.
Somos llamados a acoger en el corazón toda palabra de las santas escrituras y llevarla a cumplimiento en la vida de cada día.
La ley no es una carga, sino una guía para vivir una vida justa, santa y agradable a Dios.
La verdadera grandeza se encuentra en la obediencia a la ley y en enseñar a otros a seguir los caminos del Señor.
No basta enseñar;
hay que cumplir.
Tengo que dar la enseñanza
de mi conducta y de mi ejemplo.
Hablar con mi vida.
Mis obras no deben
dar testimonio contra mis palabras.
Dame la coherencia de la vida.
Que tu amor y tu verdad
resplandezcan en mi vida.
Concédeme amar tu ley y tu voluntad
hasta en los detalles más pequeños.
Porque sé que no importa tanto
hacer cosas grandes,
cuanto hacer las pequeñas
de cada día con amor.
Porque la vida del hombre
se concreta en lo grande
y en lo pequeño.
Y tras cada peripecia
imperceptible estás siempre Tú,
Dios mío, y tu magnífica voluntad
y señorío sobre todo.
Hazme amorosamente fiel
en lo pequeño de cada día,
para que sea testigo de tu Amor
Amén.
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