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"Humus"

“Porque todo el que se enaltece  sera humillado, y el que se humilla será enaltecido". 
 (Lc18,9-14).

 

 

Dos formas de rezar diferentes y opuestas. El fariseo: justa, correcta y hecha. El publicano: pecadora, imperfecta y en proceso. Ante Dios con formalismo o espontaneidad; con prepotencia o con humildad; con yo o con nosotros. Para elegir y orar.

La parábola del fariseo y el publicano es un llamado a la humildad, una virtud esencial en la vida cristiana. Que este mensaje nos inspire a ser más humildes en nuestro trato con Dios y con los demás, para que podamos experimentar la verdadera justicia y la gracia divina.


Humildad, bendita palabra que nos recuerda que somos "humus", tierra, barro, pequeñez. Que fácilmente lo olvidamos y nos encumbramos en grandezas y logros que son espejismo. El éxito, la fama, el triunfo nos alejan y distraen de lo esencial. Somos barro amado, somos pequeñez envuelta en un manto de misericordia. Somos errores cotidianos, nos hieren tantas cosas a lo largo de un día. Por eso gracias Señor por recogernos cuando estamos rotos. Danos tus mismas entrañas para sanar a quienes se acerquen también heridos.

En la oración no se exige nada, se da todo. No hay medias tintas, solo verdad. No hay méritos, sólo pequeñez y propuestas de ser mejores. No hay verdades, solo dudas y confianza. El publicano ora con la humildad que nos descubre la grandeza de la bondad de Dios. Ante Dios se reza desnudo, ni bienes, ni cumplimientos, ni méritos, ni prestigio. Nada de esto cuenta, solo el corazón abierto para que Él lo ocupe.

La verdadera humildad es una de las grandes virtudes. Prueba a ponerla en práctica en tu día a día. ¿Prefieres ser el que todo lo sabe y está por encima de todos? ¿O el que vive sirviendo a los demás?

Abrimos nuestras manos vacías ante ti,
Señor de la vida.
Mira nuestra fragilidad y pobreza.
Ten misericordia y llénanos de ti.
Ábrenos a los demás.


Una de las muchas paradojas de la vida. Pero lejos de aprender seguimos pretendiendo sobresalir aunque sea a codazos. La humildad, por el contrario, está muy denostada, sin embargo, es fuente inagotable de bienes, presentes y futuros. Cuándo aprenderemos que Dios ama lo pequeño.

El Espíritu sopla y obra cuando encuentra corazones humildes. Permitámosle realizar su maravillosa obra de liberación y santificación.

 

No puedo presumir de nada,
Dios mío, porque todo es obra tuya.
No puedo presumir porque sería
mayor mi pecado.
Aun lo que haya bueno
es don de tu gracia
y no esfuerzo mío
y queda ahogado
con mi pecado.
No puedo presumir, Señor,
más bien tengo que mirarte a Ti
y a tu infinita misericordia para
alentar mi confianza y seguir adelante.
No puedo y no quiero
presumir de nada,
Dios mío, y no puedo
despreciar a nadie
porque de nadie sé
lo que sé de mí mismo.
No puedo despreciar a nadie,
porque no conozco,
Señor, tus dones en ellos y sus
esfuerzos y sus deseos
y sus luces. 
Amén.

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