Me buscas, me llamas y me amas
—Va en busca de la perdida
Tú, Señor, no quieres que se pierda ninguno de tus hijos.
Quieres tenernos a todos contigo en el cielo.
Eres el buen pastor que nos buscas con amor y dolor cuando
nos perdemos por nuestros pecados.
Verdaderamente no quieres la muerte del pecador sino que se convierta y viva.
Tú persigues al pecador, y no paras hasta que lo encuentras.
Qué consoladoras son esas palabras tuyas, Señor: no he
venido a buscar a los sanos sino a los enfermos.
En mis horas de lucha y de oscuridad, no dejes nunca de buscarme Jesús; no
permitas nunca que me pierda, que me separe de Ti.
Hazme experimentar tu infinita misericordia.
Cógeme y ponme sobre tus hombros.
Oh Señor, ayúdame a imitarte en la solicitud por la oveja descarriada.
Que nunca desprecie a nadie, aunque me parezca que se equivoca o que hace el mal.
Enséñame a amar como Tú amas, a ser misericordioso con todos, especialmente con los más necesitados.
Si Tú viniste a buscar a la oveja perdida, quiero seguir tu ejemplo.
—Vuestro Padre del cielo no quiere que se pierda ni uno de
estos pequeños
Tú, Jesucristo, eres el rostro del Padre, la impronta de su ser.
Quien te ve a Ti le ve a Él…
Eres la encarnación de su amor infinitamente misericordioso.
Por eso tu imagen como Buen Pastor de mi alma me expresa el
amor infinito con que me ama el Padre de los cielos.
¡Cuánto me cuesta comprender que en el cielo hay más alegría por un pecador que
se convierte que por noventa y nueve que no necesitan penitencia! Tu amor es
verdaderamente desconcertante.
Además, tienes predilección por los pequeños y por los pobres.
Y yo soy muy pobre y muy pequeño.
Y quiero hacerme cada día más pequeño en tus brazos divinos.
Quiero no cansarme nunca de estar empezando siempre en este camino de la santidad, para así intentar llenar tu Corazón de alegría.
Señor, lo más importante no es:
- que yo te busque, sino que tú me buscas en todos los caminos (Gn
3,9);
- que yo te llame por tu nombre, sino que tú tienes tatuado el mío en
la palma de tu mano ((Is 49,16);
- que yo te grite cuando no tengo ni palabra, sino que tú gimes en mí
con tu grito (Rm 8, 26);
- que yo tenga proyectos para ti, sino que tú me invitas a caminar
contigo hacia el futuro (Mc 1,17);
- que yo te comprenda, sino que tú me comprendes en mi último secreto
(1 Cor 13, 12);
- que yo hable de ti con sabiduría, sino que tú vives en mí y te
expresas a tu manera (2 Cor 4, 10);
- que yo te guarde en mi caja de seguridad, sino que yo soy una
esponja en el fondo de tu océano (EE 335);
- que yo te ame con todo mi corazón y todas mis fuerzas, sino que tú
me amas con todo tu corazón y todas tus fuerzas (Jn 13, 1);
Porque, ¿cómo podría yo buscarte, llamarte, amarte... si tú no me
buscas, me llamas y me amas primero?
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