“Si yo, el Maestro y el Señor,
os he lavado los pies,
también vosotros debéis
lavaros los pies unos a otros”
(Jn 13,14).
Nuestra misión en este mundo es servir, ayudar al otro
desde el más pequeño gesto, con amor.
¿Estás dispuesto?
El Jueves Santo es el día en que los cristianos
recordamos (y celebramos) la "memoria peligrosa" del mandato que
nos dejó Jesús:
"Haced esto para que os acordéis de mí".
Este mandato no se puede reducir a una ceremonia.
Es un mandato que se
cumple, en la medida (y solo en la medida), en que se hace actual, presente y
visible la forma de vida que llevó Jesús.
La herencia de Dios: ser
servidores del amor
Jesús se hizo esclavo de todos, sobre todo de
aquellos que no son servidos por nadie, sino que tienen que ser servidores de
todo el mundo.
Cuando vivimos así, entonces -y solo entonces- es cuando
cumplimos el mandato de Jesús en la Cena de despedida.
Jesús con este gesto profético, expresa el sentido de su
vida y de su pasión, como servicio a Dios y a los hermanos:
“Lavar los pies
significa decir: yo estoy a tu servicio; significa que tenemos que ayudarnos
los unos a los otros.
Esto es lo que Jesús nos enseña.
Así, ayudándonos, nos
haremos bien”.
"En nuestro corazón debemos tener la certeza, la
seguridad de que el Señor, cuando nos lava los pies, nos lava todo, purifica
todo" (Papa Francisco).
Jesús...
Naciste por mí, porque me amas.
Me miras con ternura, porque me amas.
Me llamas para ser más feliz, porque me amas.
Me das compañeros de camino, porque me amas.
Me perdonas y me ayudas a perdonarme, porque me amas.
Me revelas tus secretos porque me amas.
Levantas mi esperanza derrumbada, porque me amas.
Tu grandeza se muestra en mi debilidad, porque me amas.
Me alimentas con tu cuerpo hecho pan, porque me amas.
Te arrodillas ante mí y me lavas los pies y el alma, porque me amas.
Llamas y envías sacerdotes, para ayudarme a sentir tu amor, tu perdón, tu fuerza y tu alegría, porque me amas.
Compartes conmigo tu angustia y tu tristeza en Getsemaní, porque me amas.
Gracias, Jesús, por tanto amor inmerecido.
Gracias porque tu amor transforma mi corazón.
Gracias porque puedo ser transparencia de tu amor.
Naciste por mí, porque me amas.
Me miras con ternura, porque me amas.
Me llamas para ser más feliz, porque me amas.
Me das compañeros de camino, porque me amas.
Me perdonas y me ayudas a perdonarme, porque me amas.
Me revelas tus secretos porque me amas.
Levantas mi esperanza derrumbada, porque me amas.
Tu grandeza se muestra en mi debilidad, porque me amas.
Me alimentas con tu cuerpo hecho pan, porque me amas.
Te arrodillas ante mí y me lavas los pies y el alma, porque me amas.
Llamas y envías sacerdotes, para ayudarme a sentir tu amor, tu perdón, tu fuerza y tu alegría, porque me amas.
Compartes conmigo tu angustia y tu tristeza en Getsemaní, porque me amas.
Gracias, Jesús, por tanto amor inmerecido.
Gracias porque tu amor transforma mi corazón.
Gracias porque puedo ser transparencia de tu amor.
Temo el momento de dar;
más, el momento de darme.
¿Pierdo la seguridad
si dejo de ser cobarde?
El secreto de la paz,
sin embargo, el alma sabe:
compartir, saber amar
aun a costa de la sangre.
Luis Carlos Flores Mateos, sj
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