"Yo soy la resurrección y la vida".
(Juan 11,1-45)
También en momentos de enfermedad y dolor podemos encontrar
esperanza, enseñanzas positivas.
¡No decaigas!
Tú eres vida para nuestras muertes.
Tú también lloras la muerte de un amigo, también te duelen
las dificultades de la vida.
Tú sabes mucho de malos momentos y de la fuerza del cariño para suavizarlos.
Y sabes también cómo nos venimos abajo ante las contrariedades y ante las situaciones que no entendemos.
Necesitamos tener el control sobre las cosas, los acontecimientos y las personas, y el sentirnos tan vulnerables nos desasosiega, nos desespera.
Dices que si tuviéramos fe nada nos sería imposible, pero la muerte no la podemos entender, nos sobrepasa, nos separa de los nuestros.
Queremos creer que detrás de toda situación dolorosa hay vida, que nos encontraremos después, en la casa del Padre, que somos finitos y, por tanto,
debemos ir separándonos unos de otros y que Tú nos ayudarás a superar el dolor de la distancia.
A Marta y María no les devolverías a su hermano, exactamente, pero sí el consuelo, el ánimo y la vitalidad personal.
Eso es lo que tenemos que saber dejar que hagas en nosotros, cada vez que vivimos una muerte, un dolor, una dificultad aparentemente insoportable.
Contigo la vida es mucho más llevadera.
Tú cercanía nos pone en contacto con todos los recursos personales y saca lo mejor de unos y otros, pone en circulación el cariño que nos facilita la vida,
que nos hace poder con lo casi imposible.
Tú, Señor, eres bálsamo para nuestras heridas, resurrección para nuestras muertes, salud para nuestras enfermedades, consuelo para nuestros desamores, aceptación para nuestros fracasos.
Tú potencias nuestra parte de Marta y de María, nuestra capacidad activa tanto como la contemplativa.
Tú nos enseñas a ser amigos, compañeros, a humanizar y consolar.
Pon palabras en nuestra boca para compartir alegrías y penas,
para expresar el amor contigo y como Tú.
Tú sabes mucho de malos momentos y de la fuerza del cariño para suavizarlos.
Y sabes también cómo nos venimos abajo ante las contrariedades y ante las situaciones que no entendemos.
Necesitamos tener el control sobre las cosas, los acontecimientos y las personas, y el sentirnos tan vulnerables nos desasosiega, nos desespera.
Dices que si tuviéramos fe nada nos sería imposible, pero la muerte no la podemos entender, nos sobrepasa, nos separa de los nuestros.
Queremos creer que detrás de toda situación dolorosa hay vida, que nos encontraremos después, en la casa del Padre, que somos finitos y, por tanto,
debemos ir separándonos unos de otros y que Tú nos ayudarás a superar el dolor de la distancia.
A Marta y María no les devolverías a su hermano, exactamente, pero sí el consuelo, el ánimo y la vitalidad personal.
Eso es lo que tenemos que saber dejar que hagas en nosotros, cada vez que vivimos una muerte, un dolor, una dificultad aparentemente insoportable.
Contigo la vida es mucho más llevadera.
Tú cercanía nos pone en contacto con todos los recursos personales y saca lo mejor de unos y otros, pone en circulación el cariño que nos facilita la vida,
que nos hace poder con lo casi imposible.
Tú, Señor, eres bálsamo para nuestras heridas, resurrección para nuestras muertes, salud para nuestras enfermedades, consuelo para nuestros desamores, aceptación para nuestros fracasos.
Tú potencias nuestra parte de Marta y de María, nuestra capacidad activa tanto como la contemplativa.
Tú nos enseñas a ser amigos, compañeros, a humanizar y consolar.
Pon palabras en nuestra boca para compartir alegrías y penas,
para expresar el amor contigo y como Tú.
Creo, Señor, que al final de la noche no hay noche; está
la aurora.
Creo, Señor, que al final del invierno no hay invierno; está la primavera.
Creo, Señor, que al final de la desesperación no hay desesperación; está la esperanza.
Creo, Señor, que al final de la espera no hay espera; está el reencuentro.
Creo, Señor, que al final de la muerte no hay muerte; está la vida.
Creo, Señor, que Tú eres la resurrección y la vida.
Creo, Señor, que al final del invierno no hay invierno; está la primavera.
Creo, Señor, que al final de la desesperación no hay desesperación; está la esperanza.
Creo, Señor, que al final de la espera no hay espera; está el reencuentro.
Creo, Señor, que al final de la muerte no hay muerte; está la vida.
Creo, Señor, que Tú eres la resurrección y la vida.
Creo, pero aumenta mi fe.
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