A servir
Hoy celebramos a Santiago nuestro patrón y recibimos de él un encargo: servir. No es humillación, ni sumisión. Es mirar la vida del otro con la misma mirada de valoración de Dios. Es reconocer nuestras vidas como extensión de la misma vida de Dios para poder regalar a cada persona el amor que le haga sentir que vivir merece la pena.
El Apóstol Santiago será el primero entre los Apóstoles en sellar con su sangre el testimonio de la fe. La tradición lo sitúa en el Finis Terrae. Alli, en el Campus Estellae, se establecerá el tercer lugar de peregrinación, junto al Santo Sepulcro del Señor y el Sepulcro de Pedro.
“El Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida”. ¡Qué bien describen a Jesús estas palabras! Vino para dar vida a todos. Dio vida sirviendo a todos. Jesús está a tu servicio, dándote lo mejor. Asómbrate de la locura de ese amor.
No sé casi nada.
Solo sé que me amas con un amor que no termino de entender.
El servicio forma parte del ADN de ser cristiano. Cuando uno sirve se niega a sí mismo, si es verdadero servicio y no otra cosa, al poner en el centro de la vida, de lo que es y hace, al que tiene necesidad de ser servido. El servicio es desinteresado, gratuito y generoso. En el servicio está en juego la vida, a veces no se necesitan conocimientos sino poner al servicio de los demás lo que somos.
Todo lo bueno que hay en ti, ponlo al servicio de los que tienes al rededor. Entonces, avanzarás en la mejor versión de ti mismo: el reflejo de Cristo, en ti.
Barro
Como un ánfora de
barro mi corazón se llena
cada día de Ti. Cada día que pasa
más y más Tú te adueñas de mi frágil vasija
dándome desde adentro tu luminosa altura.
Mi voz tan quebradiza atalaya las tuyas.
Estoy marcado en medio del alma por tus manos,
Alfarero tan íntimo, arcilla de los arroyos
que me salpican siempre melodiosos cantares.
¡Qué frágil es mi barro para que Tú lo mires!
Qué fuerte tu ternura para que no me raje.
Cómo sabes amarme sin que yo me haga añicos.
Sólo Tú me has cocido para tenerte dentro.
Señor, hasta los bordes de mi arcilla pequeña
lléname cada aurora de tu luz infinita.
Que no quede ni un hueco de mí mismo jamás
para otra sed distinta de la tuya, Dios mío.
(Valentín Arteaga)
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