Compasión
"¡Seguir a Cristo!". ¡Es la invitación que resuena en nuestras almas! ¡Es el gozo incomparable y la fuerza que nos da vida!
«Sígueme» Acaso no hay palabra más sencilla, que llene más y de más paz. Cuando lo escuchamos y le seguimos, sea cual sea nuestro estado de vida, todo es más sincero, descubrimos que no estamos solos y que nuestro vivir adquiere sentido por quienes somos y por lo que hacemos.
"Misericordia quiero y no sacrificio”: que no he venido a llamar a justos sino a pecadores." Es extraño que Jesús se acerque y se haga amigo de los pecadores. Extrañó entonces y extraña ahora. Jesús mira y se acerca a quien más lo necesita, desea regalarles la sanación. Todos necesitamos aprender su lenguaje de misericordia. Contempla a tu comunidad cristiana. Descubre en ella una comensalidad abierta, una casa de comunión para todos los excluidos.
Misericordia, la palabra más bonita que une el corazón y la miseria. Dos dimensiones que nos constituyen. Nuestro corazón hecho a imagen y semejanza del de Dios. Tan dispuesto a amar, tan asustado a veces. La miseria que la sufrimos a diario, en nosotros, en los demás, en el mundo. Tanto juicio con la miseria del otro, tanto reproche callado, tanta impotencia de no saber amarla. La misericordia es lo único que puede salvarnos.
La misericordia requiere un dejarse hacer. Reconocer las zonas oscuras. Exponerse a mostrar la vulnerabilidad, las imperfecciones y los miedos. Reconocerse pequeño y necesitado. Así se presenta Mateo a Jesús. Se deja llevar de un Sígueme. Se abraza a su misericordia.
La compasión rompe las barreras que nos separan de los demás. ¿Y si hoy abro más espacio a la misericordia en mi vida?
Ten piedad
Las viejas
pesadumbres de mi barro
me enturbian la alegría de la fiesta.
Todavía el agua de mis ritos
no se ha convertido en vino nuevo.
Me asaltan palabras fratricidas
y corrompen mis encuentros.
Todavía no he aprendido
a beber veneno sin dañarme.
Situaciones amenazantes
me angustian el pecho y el futuro.
Todavía tiemblan mis pasos
al caminar sobre las aguas.
¡Señor del barro,
de las palabras y las olas,
ten piedad de mi!
(Benjamín González Buelta, SJ)
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