Tú vas conmigo
Los discípulos son llamados a ser heraldos de una verdad que el mundo rechaza, a portar la luz en la oscuridad, sabiendo que esta luz atraerá a las fuerzas del mal.
Vivir sin miedo es una tarea para toda la vida. Desde niños tenemos pesadillas, pavores nocturnos, pánico al abandono. El coco, el hombre del saco, presencias ocultas debajo de la cama. ¿Cuál es el origen del miedo? La conciencia de nuestra pequeñez. Saber que no tengo solución a todos los contratiempos de la vida. Temor al sufrimiento.
El seguimiento tiene sus miedos y riesgos. A nosotros mismos porque nos creamos más maestros que discípulos, más amos que esclavos. A los demás porque nos silencien o busquen matarnos. A Dios porque no reconozcamos sus cuidados y neguemos su presencia. Ahí aparece la fe: "Yo estaré contigo todos los días de tu vida hasta el final de los tiempos."
Confío y nada temo, porque Tú vas conmigo. Confío y nada temo, porque Tú vas conmigo, acompañas mi caminar, y me invitas a poner mi confianza en el Padre.
El creyente de verdad no tiene miedo porque confía en Dios, porque se siente en buenas manos. Eso lo permite vivir su vida en positivo, con paz y optimismo. Quien no tiene esta experiencia los problemas de la vida le traen mil temores, con mil recelos y desconfianzas.
"Si uno se pone de mi parte ante los hombres, yo también me pondré de su parte ante mi Padre del cielo." Ponernos de su parte es conocerle, seguirle, anunciarle, defenderle... amarle. Ser de los suyos y ponernos de su parte es estar alegres por estar a su lado, por haber sabido responder y saber que Él está con nosotros. Estamos llamados a dar testimonio de Él para que otros puedan optar por Él, seguirle y apuntarse a su grupo.
¿Cómo alumbrar un mundo nuevo? Las cosas bellas empiezan a nacer en un corazón que ha expulsado el miedo. “La mejor motivación para decidirse a comunicar el Evangelio es contemplarlo con amor, es detenerse en sus páginas y leerlo con el corazón… Urge recobrar un espíritu contemplativo, que nos permita redescubrir cada día que somos depositarios de un bien que humaniza, que ayuda a llevar una vida nueva. No hay nada mejor para transmitir a los demás” (Evangelii Gaudium 264).
Sin miedo vivir el Evangelio.
Sin miedo seguirle.
Sin miedo anunciarle.
Sin miedo abrir la puerta al que viene.
Sin miedo encontrarnos con Él y con los hermanos.
Sin miedo darse.
Sin miedo gozar de la aventura para buscarle.
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