Sobre mí
sino
que el Espíritu
de vuestro Padre hablará por vosotros."
(Mt 10,16-23).
La persecución a los seguidores de Jesús no es un hecho extraño: él mismo se lo dejó muy claro a sus discípulos. Desde el protomártir San Esteban hasta la actualidad, los cristianos han sufrido odio y persecución. Los discípulos saben bien que no pueden ser más que su Maestro.
La tarea del evangelio es hermosa pero entraña dificultades. Los misioneros necesitan beber cada día en las fuentes del consuelo. “El Espíritu Santo infunde la fuerza para anunciar la novedad del Evangelio con audacia (parresía), en voz alta y en todo tiempo y lugar, incluso a contracorriente” (Evangelii Gaudium 259).
Callaré y tú, Espíritu, hablarás en mí el lenguaje de la paz y del amor.
Qué maravilla es experimentar que nuestra vida es asistida y acompañada por el Espíritu. Es un ejercicio de humildad que no todo depende de nosotros. Es liberador reconocer que todos los pasos que hemos dado a lo largo de nuestra vida han sido un equilibrio entre libertad personal e inspiración divina. Dios ha guiado las decisiones que tomamos. Inspirando algunas, creando otras, desechando muchas. Es imposible apropiarnos de lo vivido cuando todo ha sido regalado y posibilitado de forma providente por las manos de Dios.
¡Tu Espíritu sobre mí!
Te abro la puerta sin miedo.
Te acojo en mi corazón.
¡Empieza lo nuevo!
Espíritu Santo, eres el alma de mi alma.
Te adoro humildemente.
Ilumíname, fortifícame, guíame, consuélame.
Y en cuanto corresponde al plan del eterno Padre Dios
revélame tus deseos.
Dame a conocer lo que el Amor eterno desea de mí.
Dame a conocer lo que debo realizar,
dame a conocer lo que debo sufrir,
dame a conocer lo que, silencioso, con modestia y en oración, debo aceptar, cargar y soportar.
Si, Espíritu Santo, dame a conocer tu voluntad
y la voluntad del Padre.
Pues toda mi vida no quiere ser otra cosa,
que un continuado y perpetuo Sí a los deseos
y al querer del eterno Padre Dios. Amén
Te abro la puerta sin miedo.
Te acojo en mi corazón.
¡Empieza lo nuevo!
Espíritu Santo, eres el alma de mi alma.
Te adoro humildemente.
Ilumíname, fortifícame, guíame, consuélame.
Y en cuanto corresponde al plan del eterno Padre Dios
revélame tus deseos.
Dame a conocer lo que el Amor eterno desea de mí.
Dame a conocer lo que debo realizar,
dame a conocer lo que debo sufrir,
dame a conocer lo que, silencioso, con modestia y en oración, debo aceptar, cargar y soportar.
Si, Espíritu Santo, dame a conocer tu voluntad
y la voluntad del Padre.
Pues toda mi vida no quiere ser otra cosa,
que un continuado y perpetuo Sí a los deseos
y al querer del eterno Padre Dios. Amén
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