La puerta
“No soy digno de que entres en mi casa” (Mt
8,5-17)
«Él tomó nuestras dolencias y cargó con
nuestras enfermedades.»
Y las hizo suyas, y comprendió nuestro dolor, y
sufrió con nosotros.
Se acercaba a los enfermos y los curaba, no pasaba de
largo, estaba siempre cerca, los tocaba... para hacer que se levantarán.
La fe es la puerta por la que Dios se adentra en nuestras vidas, es la ventana
por la que entra en el alma la luz y el calor del amor de Dios, es el permiso
que Dios nos pide para poder hacer maravillas en nuestro corazón.
La fe es don de Dios.
Un don que debemos pedir con insistencia.
La fe es un talento, un regalo que Dios ha puesto en nuestras manos para que
pueda crecer con nuestro cuidado.
La fe se alimenta en la comunidad cristiana,
crece con la oración y la formación.
Y sobre todo, la fe se desarrolla cuando
nos la jugamos por Jesús y tenemos la experiencia de que Él nunca falla.
Aquel centurión no pedía para sí mismo, pedía para su criado.
La fe es
invencible cuando se une a la generosidad.
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