"El que viene detrás de mí”.
(Jn 1,19-28)
El Dios-con-nosotros sigue siendo la base de nuestra fe y nos invita a aceptarlo en nuestra historia, en nuestra existencia personal y comunitaria.
Este es el misterio de Navidad: darnos cuenta de que la salvación ya está en medio de nosotros y tenemos que reconocerla.
Ese que nace en medio del mundo, el que planta su tienda en medio de nosotros, el que está envuelto en pañales como un niño más... ese cambia el corazón y es todo para nosotros, este es el que anuncia Juan.
Juan muestra un conocimiento de sí magnífico.
Sabe bien quién es él y quién es el Cristo.
Nos muestra el camino.
¿Sabes quién eres tú?
La pregunta que da sentido a nuestra vida es quién soy.
Su respuesta define nuestra identidad.
No somos en solitario sino en relación.
Nos definimos por lo que somos en relación con nosotros, con los demás y con Dios
Cuando Juan define su misión también anuncia la presencia del Cristo en medio de ellos.
Nuestra misión como discípulos misioneros, es decir a este mundo: «en medio de vosotros está…».
Y ayudarlos a que lo conozcan.
Nuestra misión no es otra que, como Juan el Bautista allanar el camino a los hermanos para que encuentren a Cristo.
A nosotros nos toca ser testigo del Evangelio con la propia vida encarnando en nosotros la cultura del cuidado como la mejor manera de vivir el Evangelio en el hoy de nuestra historia.
Jesús, te doy
gracias
porque has sido
como uno de nosotros.
Gracias por darte a
conocer de esta manera.
Siempre me pareció
verte distinto, un poco lejano…
pero ahora me doy
cuenta que fuiste un hombre real,
de carne y hueso.
Un hombre de nuestra raza.
Conociste la
alegría humana, la amistad,
el gozo de
compartir y reír.
Supiste muy bien lo
que era la pena, el dolor,
el sufrimiento.
Recorriste pueblos,
ciudades, caminos y montañas.
Te dio hambre,
sueño, sed, cansancio…
Muchos se acercaron
y te aclamaron, otros te rechazaron,
te persiguieron y
te torturaron….
Subiste a la cruz
sin escándalo,
y fuiste capaz de
morir perdonando.
Señor, la fuerza de
tu amor me impresiona.
Tu entrega no tuvo
límites, amaste todo lo humano,
los pobres, los
desvalidos, los enfermos, los marginados,
los niños, los
pecadores, los buenos…
Ahora ya sé que
estás presente en todos ellos.
Te agradezco lo que
hoy me has entregado,
y, sobre todo,
Señor, te agradezco,
que tú seas mi
Dios.
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