Él es luz, no lo escondamos, pongámoslo en un lugar donde su luz se contagie, donde nos llene de ella para ser también nosotros luz para los otros en medio de nuestro mundo.
La fe crece cada vez que la compartimos, cada vez que damos testimonio de ella.
De lo contrario, mengua.
Cualquier pequeña luz es un faro que rasga la oscuridad y abre una brecha a la esperanza.
Cada persona que ama y confía, que persevera en el bien a pesar del mal que nos rodea, es una chispa del fuego del Espíritu, que alumbra la oscuridad y da calor de vida en un mundo de hielo.
Lámpara que no esconda su luz.
Medida que mide a uno mismo.
Al que no tiene se le quita.
Palabras, sentidos, significados que se nos escapan.
El conocimiento da luz.
La formación nos enseña a medir.
La preparación es don para darse.
Cree que el bien tiene siempre la última palabra.
Es la verdad que se esconde tras los disfraces que un día caerán. Deja que la misericordia transforme tu mirada.
Todos estamos en evolución hacia la plenitud del amor.
Sin juicio, sin odio ni rencor, el amor traerá la paz.
Si la luz de mi vida es Cristo ¿por qué la escondo?
Estimularnos unos a otros en la Caridad para ser anunciadores fieles, incansables de la Palabra sembrada, el Evangelio, y así ser lámparas vivientes que ofrecen gratis lo recibido gratis, Cristo Luz verdadera.
Luz verdadera.
Luz del mundo
En medio de la tiniebla…
se enciende una risa
que despide el invierno
de penas y fríos.
Se prenden hogueras
que reavivan
los cuerpos entumecidos.
Una palabra tierna
rompe el silencio opresivo
y el diálogo brota al fin,
a borbotones.
Arde una lámpara
que vacía las sombras
de fantasmas y miedos.
Dos amigos sellan la paz
con un beso, y acaban
con años de rencor y heridas.
En una mesa bien provista
nadie queda fuera.
Somos risa y fuego,
palabra y lámpara,
beso y mesa,
luz del mundo, hermanos,
nacidos para iluminar la tierra.
(José María R. Olaizola, sj)
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