Maestro interior.



«Ahora me voy al que me envió» 
(Jn 16, 5-11)

Que nada ni nadie te robe la alegría, la paz y la esperanza que brotan de la amistad con el Señor.
Baja a la fuente cada día y bebe del agua viva que renueva tu vida y pone alas a tus pies cansados.
Nada puede separarnos del amor de Dios.
Esa es nuestra fortaleza.

La tristeza será vencida por la fuerza del Espíritu que nos hace salir a la calle, acompañar al hermano, transformar la realidad... desde la esperanza de no encontrarnos solos, de saber que Él está con nosotros siempre.

El Espíritu Santo viene en nuestra ayuda.
No estamos solos, desprotegidos ni olvidados.
Él viene a nosotros si lo acogemos con fe, le dejamos hacer con esperanza, y nos abrimos a la transformación en el amor.

El Espíritu Santo es nuestro Maestro interior.
Él nos recuerda y garantiza –en lo más profundo de nuestro ser– el amor que nos tiene el Padre, que ha enviado a su Hijo Jesucristo a librarnos del pecado y de la muerte y a hacernos sus Hijos de adopción.

PEDIMOS EL ESPÍRITU

Querido Jesús:
nos enseñaste con palabras y con tu ejemplo
cuál es la misión y el objetivo de la Iglesia, tu pueblo,
para que ella sea, en medio de la humanidad,
la gran manifestación de la presencia
de Dios Salvador,
sin tener en cuenta la raza,
el color o la cultura de cada pueblo,
pues todos por igual estamos llamados
a participar del Reino.


Por eso le pedimos a Dios, por tu intermedio,
que toda la Iglesia, como esta comunidad,
sepa hacerse todo para todos
a fin de que la buena noticia
sea divulgada y conocida
por todos los que buscan
la verdad con sincero corazón.

Te pedimos que envíes tu Santo Espíritu
como lo enviaste sobre los Apóstoles en Pentecostés
para que no solo vivamos conforme a tu Palabra
sino también para que seamos una comunidad misionera.


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