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Guardar la palabra.




«El que me ama guardará mi palabra, 
y mi Padre lo amará, 
y vendremos a él y haremos morada en él» 
(Jn 14, 21-26)

Cada persona es valiosa.
Cada una es un misterio.
En todos podemos encontrar la huella del Creador.
Todos, sean cuales sean su situación y circunstancias, somos criaturas amadas, creadas con amor y dignidad.

El amor que Él nos da necesita respuesta: amar como Él nos ama.
A los enamorados se les nota.
Les brillan los ojos.
Hagamos de la Palabra proyecto de vida, ese es el brillo del amor de Dios que debemos dar en el mundo.

Guardar la palabra es amar y dejarse amar por Dios.
Meditarla, como María, en el corazón.
Dejar que nos transforme y nos vaya haciendo más semejantes a lo que Dios quiere de nosotros, hasta ser “Sagrarios” de su amor en medio del mundo.

Anunciar la Buena Noticia a los pobres. Ser sal y luz.
¿Cómo hacerlo hoy en esta sociedad globalizada azotada por una pandemia?
Con un corazón humilde que acoja y ame la Palabra.
El Espíritu irá transformando nuestra vida.
Nos hará testigos.
La Trinidad hará morada en nosotros

“El Espíritu tiene la tarea de despertar la memoria, recordar las palabras de Jesús. El divino Maestro ya había comunicado todo lo que quería confiar a los Apóstoles: con Él, Verbo encarnado, la revelación está completa. El Espíritu hará recordar las enseñanzas de Jesús en las diversas circunstancias concretas de la vida, para poder ponerlas en práctica. […] Su nueva presencia en la historia se realiza mediante el don del Espíritu Santo, por medio del cual es posible instaurar una relación viva con Él, el Crucificado Resucitado”. (Papa Francisco)



Mi vida ha sido visitada por Dios,
Él habita en mi interior más profundo.
Él es el dulce huésped de mi alma,
no es posible vivir una vida trivial
teniendo como huésped al mismo Dios.
No es posible no asombrarse por esta verdad,
por esta extraordinaria realidad
que nos arrebata de la soledad,
levanta la dignidad de la existencia,
llena de gozo, da luz a nuestra vida grisácea,
nos sumerge en el mundo divino,
hace familiar la existencia con Dios,
desplaza el centro de interés
de toda la aventura terrena,
colorea de sentido toda acción.
No es posible no querer saltar de alegría
frente a este ser mío mortal
hecho templo de la Trinidad,
frente a este cuerpo mío corruptible
hecho santo e incorruptible por la intimidad con su Creador.


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