¿A quién vamos a acudir?




«El Espíritu es quien da vida; 
la carne no sirve para nada. 
Las palabras que os he dicho son espíritu y vida» 
(Jn 6, 60-69)

Los buscadores de la verdad no descansamos hasta que nos encontramos con Jesús.
Hay muchos caminos que ofrecen paz, compasión, que eliminan el sufrimiento...
Pero no nos basta.
Jesús nos abre a una Verdad más honda que lo trasciende todo.
Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida.

"Sus caminos no son nuestros caminos. Dios escribe recto con renglones torcidos".
Sólo la confianza, el abandono de preocupaciones inútiles en manos de Dios, nos va abriendo paso.
Es todo un aprendizaje.
Que nuestro corazón se vaya pareciendo cada vez más a su compasivo corazón.



Sólo Jesús tiene palabras de Vida Eterna. 
Los demás sólo tenemos palabras interesadas, hirientes, mentirosas, vacías, caducas, criticonas, injustas, manipuladoras, controladores...
Palabra sólo hay una.
Es importante el discernimiento.


Él es la Palabra, y sus palabras hablan de Él, aceptarlas cambia la vida, abrir el corazón a su propuesta nos mueve por la fuerza del espíritu que tienen sus palabras.
No busquemos a nadie más, sólo Él puede transformar nuestra vida.

Creer en Jesús, y en concreto también comulgar con Él en la Eucaristía, implica comulgar con su estilo de vida, hacernos cargo de su misión y abrirnos al Espíritu; sin él nada de esto sería posible.


¡Oh Señor!, yo creo y profeso que Tú eres el Cristo Verdadero, el Hijo de Dios vivo que vino a este mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Acéptame como participante de tu Cena, ¡oh Hijo de Dios!
No revelaré tu Misterio a tus enemigos, ni te daré un beso como lo hizo Judas, sino que como el buen ladrón te reconozco.
Recuérdame, ¡Oh Señor!, cuando llegues a tu Reino. 
Recuérdame, ¡oh Maestro!, cuando llegues a tu Reino. 
Recuérdame, ¡oh Santo!, cuando llegues a tu Reino.
Que mi participación en tus Santos Misterios, ¡oh Señor! no sea para mi juicio o condenación, sino para sanar mi alma y mi cuerpo.
¡Oh Señor!, yo también creo y profeso que lo que estoy a punto de recibir es verdaderamente tu Preciosísimo Cuerpo y tu Sangre Vivificante, los cuales ruego me hagas digno de recibir, para la remisión de todos mis pecados y la vida eterna. Amén.
¡Oh Dios!, se misericordioso conmigo, pecador.
¡Oh Dios!, límpiame de mis pecados y ten misericordia de mí.
¡Oh Dios!, perdóname, porque he pecado incontables veces.


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