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¡Mira!



«Vosotros sois la sal de la tierra»
 (Mt 5, 13-16)

Jesús invita a los discípulos a entregar su vida, como la sal –que da sabor disolviéndose–, o como la luz –que ilumina mientras se consume–.
Una Iglesia que sea imagen del Siervo que entrega su vida por amor, Sacramento de salvación para el mundo.

La luz es una pequeña parábola que habla de Dios: es externa a nosotros, no podemos tenerla entre las manos, como Dios, que es superior y trascendente; sin embargo nos envuelve, nos calienta, nos traspasa como Dios, que es más íntimo que nuestra intimidad.

El hombre también se convierte en luz cuando es justo, generoso y caritativo; cuando tiene el coraje de abrir de par en par las puertas para partir el pan con los hambrientos, ayudar a los desamparados desalojados y vestir de amor a los desnudos en soledad.


Cuando compartimos...
Cuando acogemos...
Cuando consolamos...
Cuando perdonamos...
Cuando damos esperanza...
Cuando pacificamos...
Cuando hacemos justicia...
Cuando escuchamos...
Cuando acompañamos...
Cuando sostenemos...
Cuando cuidamos...
Somos sal y luz
Si amas, eres sal y luz

Lo que no se comparte, se pierde. Lo que no se expresa, se enquista.
Lo que guardas encerrado, se pudre
Abre el corazón, abre la mirada, sal del ensimismamiento. Hay todo un mundo fuera para reconstruir, para mejorar, para hacerlo nuevo, justo, alegre, fraterno, solidario. ¡Mira!

El anuncio de la Buena Noticia es tan exigente y liberador que necesita de personas que le den cuerpo, personas que salgan a la luz y no se escondan. ¡Ten coraje y comparte tu fe!

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