Luz del mundo.
“Jesús, ten compasión de mí”
(Mc 10,47).
Un ciego, que vive
mendigando, a la salida de la ciudad.
Este hombre se
entera que pasa Jesús por allí.
Jesús pasa.
Es un ciego el que
grita.
Está al borde del
camino.
Su grito molesta a
los que van por el camino.
Pero él grita mucho
más para que lo oiga Jesús.
El ciego de Jericó contrasta positivamente con algunas
actitudes negativas de los discípulos.
Mientras éstos piden a Jesús los primeros puestos y andan
asustados (evangelio de ayer), él no tiene miedo de gritar
y de pedir «que
pueda ver».
Jesús escucha la súplica, le abre su mirada interior de modo
que se da cuenta de que su vocación es dejarlo todo:
»soltó el manto» y
hacerse seguidor de Jesús andando
por el mismo camino.
Y el paso de Jesús
cambia por completo la situación de aquel hombre tan desdichado, al que la
gente no le dejaba
ni expresar su desgraciada situación.
Jesús hizo que la
ceguera, la pobreza, el desprecio de la gente, todo aquello, se convirtiera en
salud, esperanza, alegría y un futuro denso de las mejores ilusiones.
Al devolver la vista a los ciegos,
Jesús realiza un signo,
que va asociado a la fe y a la salvación,
Jesús, en
definitiva, es "luz del mundo" (Jn 9, 5).
Haz silencio para
escuchar las voces de los sin voz.
Hay necesidades a tu
alrededor que están esperando
unos oídos que escuchen.
Te grito y Tú me
escuchas.
Tu escucha abre
mi oído
para escuchar otros gritos
que vienen de las orillas de los caminos.
- Ayuda, Señor, a todos los que formamos tu Iglesia,
para que sepamos estar atentos al grito
de tantas personas que piden paz,
vida digna o solidaridad fraterna.
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