Una nueva familia.

 


"Pero con el gentío no lograban llegar hasta él".
 
(Lc 8,19-21). 

Buscaban a Jesús pero no lograban llegar a encontrarlo. Conozco mucha gente buscando, llamando, pidiendo, pero que no logran dar con Él. Quizá sobra iniciativa personal, cálculo, previsión y falta acogida, reconocimiento, asombro. La fe no es una conquista. No es lograr un objetivo. Es dejarse querer, es acogida, es confianza. "Tu fe te ha salvado", no es mérito, es dejarse amar, lavar los pies, sentirse llamado.


La familia de Jesús no logra llegar a él porque el gentío se lo impide. Jesús establece un nuevo vínculo que hace accesible a él sin obstáculos: Escuchar la palabra de Dios y cumplirla. Hacer vida lo que Dios dice acaba con cualquier impedimento para llegar a él

La Palabra tiene que marcar el ritmo de nuestra vida. Es ella a la que debemos escuchar y llevar a la práctica. Con ella nos acercamos a Él, estamos con Él. Somos hermanos y vivimos la fraternidad si la Palabra nos une y es lugar de encuentro. Poner en práctica la Palabra, es llevarla a la vida y acercar la vida a ella. No vivir al margen de la Palabra.


«Mi madre y mis hermanos son estos: los que escuchan la palabra de Dios y la cumplen»
  Si la oración, la escucha de su Palabra... aún no te ha descolocado, empieza a buscar algo para quitarte el tapón de los oídos... y del corazón...

Formar parte de la Iglesia es ser conscientes que somos una familia, donde cada uno tiene una tarea y la escucha del otro nos lleva a la plenitud de la alegría de una vida que se comparte.

La vinculación del discípulo con Jesús va mucho más allá de los lazos de sangre. La verdadera relación de familiaridad que reconoce el Señor se fundamenta en dos condiciones: la primera, escuchar la Palabra de Dios, y la segunda, ponerla por obra. Su Madre María, el mejor ejemplo.

María, mujer de la escucha, haz que se abran nuestros oídos; que sepamos escuchar la Palabra de tu Hijo Jesús entre las miles de palabras de este mundo; haz que sepamos escuchar la realidad en la que vivimos, a cada persona que encontramos, especialmente a quien es pobre, necesitado, tiene dificultades.

María, mujer de la decisión, ilumina nuestra mente y nuestro corazón, para que sepamos obedecer a la Palabra de tu Hijo Jesús sin vacilaciones; danos la valentía de la decisión, de no dejarnos arrastrar para que otros orienten nuestra vida.

María, mujer de la acción, haz que nuestras manos y nuestros pies se muevan “deprisa” hacia los demás, para llevar la caridad y el amor de tu Hijo Jesús, para llevar, como tú, la luz del Evangelio al mundo. Amén.


 

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