¡Seamos luz!
Las puertas en la Iglesia se han de abrir. No podemos cerrarlas a nadie. Al ser una familia que acoge a todos, deja ver su luz. Las puertas de nuestro corazón también. Los prejuicios, las ideas confrontadas, dividir a las personas entre "de los nuestros", o de "los otros", hacen que a muchas personas les neguemos la posibilidad de ser ellas mismas. La luz de la que somos portadores tiene que iluminar todas las tinieblas de la falta de amor.
La luz se da, es para que otros sean, vean, se encuentren, gocen, se hablen, se entiendan, se reconozcan, se respeten, se dejan sitio... La luz escondida no es luz. La luz se tiene que poner en un lugar que ilumine la estancia, que la llene, que facilite el encuentro. La luz siempre vence la noche, la luz es la esperanza y la posibilidad, es la que abre la puerta a la vida, 'dar a luz' es nacer.
La luz está llamada a lucir, no a esconderse ni deslumbrar. Nuestra luz son las buenas obras no las bonitas palabras. Luz para iluminar donde la oscuridad aparece. Ser luz de esperanza, de consuelo y alegría en medio de la desesperación, abatimiento y tristeza.
El Evangelio no es una planta de interior. El Evangelio, para que crezca, necesita salir a la calle, recibir el calor y la lluvia. El Evangelio no merma al compartirse, al contrario. ¡No podemos arrinconarlo en nuestras casas y en nuestras iglesias! Hemos de ser mensajeros del Evangelio. Dios es la luz. Tú la lámpara.
Jesús es tu luz y es la luz del mundo. Pero, ¿qué hacer para que esa luz
cruce el abismo y llegue a tu corazón? Y ¿cómo hacer para que te
apropies de las verdades profundas? Tu vida es un candil en medio de la
casa. Los que vienen necesitan tu luz para no tropezar.
Cuando hay mucha oscuridad basta encender una luz para iluminar el camino. Dejemos que el Evangelio de la misericordia nos ilumine y pueda iluminar también a tantos que lo necesitan. Cristo es la luz que descubre lo que ocurre a nuestro alrededor y hace que no podamos callar ante las injusticias.
Miremos a María, ninguna otra criatura ha sido ese candil que ilumina con la luz de Cristo a toda la humanidad. A cada hombre.
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