“No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores a que se conviertan”. ( Lc 5, 27-32). La mirada de Dios se vuelve llamada e invitación al seguimiento. Cuando se siente la “mirada de Dios”, llena de ternura y misericordia, el corazón empieza a sanar de los prejuicios, el miedo, y el egoísmo que nos destruye. Contempla la Palabra que nos libera. Mira y déjate mirar. El encuentro con Él transforma. Los necesitados de cambio somos todos. El que cambia nuestra vida es Él. Quiere que todos estemos con Él. No quiere dejar fuera a ninguno de nosotros. Dejémosle sitio en nuestra mesa. Jesús no viene a juzgar sino a dar oportunidades, a descubrirnos a un Dios que nos quiere a todos salvados, sin exclusiones de ningún tipo, ni siquiera por nuestros actos. Su misericordia es infinita, lo importante no es lo que hemos sido, sino lo que estamos dispuestos a ser. Dejarlo todo para alcanzar lo pleno, lo inmenso, lo inabarcable. Perder para ganar. Renuncia...