Un formidable hospital




«Mi casa será casa de oración» 
(Lc 19, 45-48)

Reunirnos en el nombre del Señor para que Él se haga presente entre nosotros.
 Alabarle, darle gracias, pedir por las necesidades del mundo, escuchar su Palabra, entrar en comunión...
La eucaristía, vivida con hondura, me parece una forma perfecta de orar en pequeñas comunidades.

Alimentemos la fe con oración, con el compromiso solidario, con la vida comunitaria. 
Profundizando en el conocimiento de Cristo, en la espiritualidad de los grandes místicos, en la búsqueda de nuevos caminos para acercarnos al Misterio del amor de Dios, que es para todos.

El Señor no deja de ir al Templo, no deja de “asistir” a la Iglesia … encontrándose con traidores e impenitentes.
En ocasiones nos tentará la idea de hacer una iglesia de los perfectos, pero nunca podemos olvidar (¡nunca!), que Dios ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido …
Decía aquel padre del desierto:
“La Iglesia es un formidable hospital … sólo caben los enfermos. Los sanos no interesan”.
Nos acogemos a la Virgen María, y le pedimos fidelidad al don recibido …
¡Es enorme!

Jesucristo es el nuevo y definitivo Templo, donde se adora al Padre en espíritu y verdad. 
Pidamos hoy la gracia de reconocer en cada cristiano el lugar de la Presencia de Dios y la Tierra santa, el Cuerpo de Cristo y el Templo vivo del Espíritu Santo.

Nos encontramos aquí, Señor,
porque tu amor nos invita y nos espera.
Venimos con nuestras alegrías y penas,
inquietudes y certezas,
aciertos y errores.
Te pedimos que nos despiertes los sentidos,
para poder percibir tu presencia;
y escucharte, y encontrarte;
en las lecturas, las oraciones, las canciones;
en cada hermano y en cada hermana;
en el sonido y en el silencio.
Despierta, Señor,
nuestra sensibilidad adormecida por la rutina,
y renueva siempre en nosotros,
la sed de ti.
Quédate y bendícenos,
alumbra nuestro andar,
ahora y siempre,
por tu gran amor.
Amén.

Claudia Ursini

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