Testigos de la Vida




«Son hijos de Dios, 
porque son hijos 
de la resurrección» 
(Lc 20, 27-38)

Contra la visión materialista, superficial y miope de los saduceos de ayer y de hoy, la Palabra de Jesús nos llena de luz, alegría y esperanza, porque nos dice que seremos admitidos en la intimidad divina, rodeados de un amor y una alegría que no conoce grietas.

Hoy Jesús nos invita a reconocer que nuestro Dios es un Dios de la vida...
No es posible que Dios, que es amor y misericordia, nos haya creado para la muerte.
Dios es un Dios de vivos.
Hemos sido creados para la eternidad.

A Pablo le rechazaron al hablarles del Dios que está vivo y que resucitó.
Hoy, muchos en nuestro mundo siguen rechazándose a un Dios que vive y está presente en nuestras vidas.
Creemos en un Dios de vivos.
En la esperanza de la Resurrección

El destino del justo más allá de la última frontera de la muerte es la comunión con Dios. Nuestro futuro último no es, de hecho, una copia mejorada del presente, sino una entrada inesperada en el infinito de Dios.
Dios es vida y aquellos que creen en Él viven con Él y para Él.

Los seguidores de Jesús creemos en un Dios que nos ha creado para vivir, y sabemos que estaremos con Él para siempre porque es Dios de vivos.
Si ésta es nuestra fe, ¿estamos colaborando para que a nuestro alrededor todos tengan vida?
¿Amamos, curamos, levantamos?


Si creemos en un Dios de vivos, nuestra vida debería orientarse a sembrar vida.
A pintar de color este mundo.
A dar sabor de encuentro, diálogo y compartir.
A iluminar la oscuridad de la injusticia, la indiferencia o la muerte.
A vivir siendo testigos de la Vida.

Da gran consuelo y esperanza escuchar la palabra simple y clara de Jesús sobre la vida más allá de la muerte, en el Evangelio de hoy (Lc 20,27-38); nos hace mucha falta en nuestro tiempo, tan rico en conocimientos sobre el universo pero tan pobre en sabiduría sobre la vida eterna. (Francisco)

Los cristianos creemos en la resurrección, creemos que la Pascua, el paso de la muerte a la vida ya ha comenzado en nosotros:

Vivir pascualmente
es vivir cada momento intensamente,
como si fuese el último,
y dar cada paso, con sorpresa y gozo,
como si fuese el primero.
Es inspirar amor y conciencia
en nuestro frágil cuerpo e historia,
y entrar con gozo y paz
en el cuerpo universal y místico
que todos somos ya ahora.
Es acoger la liberación y sanación
de nuestro ser entero
que se hacen presentes, aquí y hora
y en el reverso de la historia,
rompiendo nuestros normas y credos.
Es mirar y ver las llagas
del cuerpo y del alma
tan sangrantes en tantas personas,
y no pensar que quienes las tienen
son aprovecadas o fantasmas.
Es compartir lo que tenemos,
con generosidad y gozo,
con los hemanos necesitados
aunque no los conozcamos
y sólo sea un trozo de pez asado.
Es desprendernos del sufrimiento y miedo,
que atenazan y cierran
nuestra mente, corazón y entrañas,
y abrir todas las ventanas
a tu brisa resucitada.
Es no perder la capacidad de asombro,
abrir nuestro entendimiento,
aprender día a día en cada encuentro,
alegrarse por todo lo bueno,
y ser testigos de lo vivido.
Es ver en cada paso humano
tu paso divino de enamorado,
tan pascual y cercano,
tan rompedor y solidario,
tan al lado de nuestros pies cansados...


Este domingo es el Día de la Iglesia Diocesana.
Recordamos el don precioso de la Iglesia en la expresión concreta de nuestra Diócesis, hecha Madre en las comunidades particulares y rostros concretos.
Somos una gran familia contigo.
¡Oremos por nuestra iglesia de Huelva!
Celebramos este domingo el Día de la Iglesia Diocesana.
“Sin ti no hay presente, contigo hay futuro”, así que no te olvides de colaborar para ayudar a mantener, entre todos, nuestra Diócesis.

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