La humilde santidad cotidiana.
«Bienaventurados
los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios»
los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios»
(Mt 5, 1-12a.)
Hoy fiesta de Todos los santos.
Hombres y mujeres que pasaron por la tierra amando y
haciendo el bien, con Dios en el centro de su corazón.
Hoy es un día de alegría y de esperanza, pues celebramos
la victoria de Jesucristo sobre la muerte y el pecado en muchos hermanos
nuestros que han acogido el amor de Dios, la Vida nueva anunciada en las
bienaventuranzas.
Santos, seguidores, conocidos y anónimos, que han puesto
su vida al servicio del Evangelio, es decir, al servicio de los que tienen
hambre y sed, de los pobres, de los que lloran...
La opción por los pobres, el corazón misericordioso, una
mirada limpia de prejuicios, generar esperanza, pacificarse y llevar la paz a
los demás, ponerse de parte de los perseguidos injustamente...
Vivir las bienaventuranzas.
Hacer crecer el Reino.
La
humilde santidad cotidiana.
Ser santo es seguir
siendo una persona normal y corriente, que siente la insatisfacción que produce
una visión del mundo, donde los hombres aceptan como necesidad el tener mucho
dinero.
Ser santo es sentir
la preocupación del desempleo, del paro, y solidarizarse con quienes lo sufren
para paliar su necesidad; y trabajar para que los responsables tengan una
mentalidad menos lucrativa y más social.
Ser santo es
ofrecer nuestra amistad a quien se encuentra solo, ser capaz de temblar cuando
descubrimos la incomunicación que nuestro mundo masificado nos transmite, y
contagia a través de sus aparatos.
Ser santo es no
aceptar la violencia a la que nos lleva la competencia, el odio que despierta
en nosotros la separación de los hombres con barreras económicas, sociales,
religiosas, raciales, nacionales.
Ser santo es buscar
la superación de todas las situaciones negativas que producen sufrimiento en
los hombres.
Ser santo es
saberse hijo de Dios, llamar con la vida, no con la lengua, a Dios como Padre,
lo que significa querer estrechar con los hombres unos lazos mayores de
hermandad para, todos juntos, poder invocarlo como Padre.
Ser santo es vivir
con la limpieza de corazón suficiente, como para caminar por la vida sin
segundas intenciones, ofreciendo sinceridad y confianza.
Comentarios
Publicar un comentario