Un Dios cercano




“¡Poneos en camino!” 
(Lc 10,3).  

Jesús es el rostro visible de un Dios misericordioso.
Un Dios cercano que cuida a los heridos de nuestro mundo, que acoge a los que buscan refugio, que alienta a los desesperados.
Que nos ama hasta el extremo.

Jesús envía a los discípulos a la misión con una tarea: prepararle el camino, dar testimonio de él y anunciar la buena nueva del reinado de Dios.

"Concédenos, Señor, el don de saber ir de la vida al Evangelio, y del Evangelio a la vida, expandiendo como un perfume el buen olor de Cristo en cada encuentro."

No te cierres a los demás.
Caminamos junto a muchos hermanos.
Pon ternura y calidez en tus relaciones.
La vida resulta demasiado fría y dura si nadie nos abraza y nos alienta.
Deja que te nazcan entrañas de misericordia.
Lleva en tu corazón la paz de Jesús y no dejes que las dificultades y hostilidades de la vida apaguen tu gran deseo de seguir a Jesús. 

¡PONEOS EN CAMINO!
Ésta ha de ser la actitud vital.
No vale, por tanto, quedarse sentados, o esperar a que otro lo haga, o lamentarse sin mover un dedo, o entregarse a la resignación.

Envíame, Señor. 
Llévame dónde Tú quieras, por dónde Tú quieras, y cuándo tú quieras. 
Estoy en tus Manos.
“Está cerca de vosotros el reino de Dios” (Lc 10,9)  
Todo mensajero prepara caminos, abre brechas al Misterio.
Todo mensajero anuncia que Dios está cerca.
Todo mensajero proclama que el amor de Dios está a la puerta, buscando quien lo acoja. 
Recógete en tu interior, habita la morada más honda de tu vida, despierta tu fe para entrar en la presencia del Dios que te habita, abre tus manos y ofrécele tu vida.

Qué cerca estás de mí, más que yo mismo!  

Cuando me asomo al brocal de mi pozo, veo tu rostro y el mío. ¡Gracias, mi Dios, por esperarme tanto!

Dicen que en nuestro tiempo los médicos recetan sobre todo antidepresivos.
El santo que celebramos hoy lo era y firmó una receta que ha sacado del pozo de la muerte a generaciones.
La receta de la eterna alegría. 
La receta del fin de las penas. 

Hoy celebramos la fiesta de San Lucas evangelista, autor también de los Hechos de los apóstoles y reconocido por todos como el evangelista que mejor revela el rostro humano, manso y misericordioso de Dios.
Que el Evangelio esté tan grabado en nuestro corazón que los demás puedan leerlo en nuestras vidas.

Que redescubramos en este día la importancia de vivir una vida sencilla, humilde, en oración y juntos a los hermanos, como las mejores señas de identidad en nuestro seguimiento a Cristo.

Señor, nos has llamado de nuevo.
No por ser los mejores, ni los más listos, ni los más fuertes. Nos llamas porque nos quieres, porque quieres hacernos felices.
 Confiaste en nosotros, te vuelves a fiar, a pesar de que no lo hicimos todo bien.
Nos llamas y nos envías:
¡Poneos en camino!

Tenemos miedos y a veces nos cansamos, nos asalta la duda, la tentación y no encontramos sentido al trabajo.
Mucha gente no nos entiende, nos crítica y llega el desánimo.
Tú nos lo habías advertido:
“Os envío como ovejas en medio de lobos”.

Danos una mirada limpia para ver el mundo como Tú lo ves: como un gran campo que necesita obreros, brazos dispuestos a trabajar, corazones abiertos para amar, pies que acorten las distancias…


Nos dices:
“No llevéis talega, ni alforja, ni sandalias”.
Lo importante es que te llevemos a Ti, que sintamos la alegría de ser tus amigos, que transmitamos, con la humildad de sentirnos pecadores, que Tú estás cerca y que contigo llega la Paz a nuestra vida.

Responder a tu llamada es lo mejor que podemos hacer.
Será motivo de alegría para nosotros y de felicidad para muchos.
Gracias por esta nueva llamada.
Gracias por todos los que te responden y me animan a decirte:
"Estoy dispuesta. Estoy dispuesto".


Envíame sin temor, que estoy dispuesto.
No me dejes tiempo para inventar excusas,
ni permitas que intente negociar contigo.
Envíame, que estoy dispuesto.
Pon en mi camino gentes, tierras, historias,
vidas heridas y sedientas de ti.
No admitas un no por respuesta

Envíame; a los míos y a los otros,
a los cercanos y a los extraños
a los que te conocen y a los que sólo te sueñan
y pon en mis manos tu tacto que cura.
en mis labios tu verbo que seduce;
en mis acciones tu humanidad que salva;
en mi fe la certeza de tu evangelio.

Envíame, con tantos otros que, cada día,
convierten el mundo en milagro.


José Mª Rodríguez Olaizola, sj


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