¡Todo irá, terminará bien!




“Mirad: 
hay últimos que serán primeros 
y primeros que serán últimos” 
(Lc 13 30)  

Jesús, caminando hacia Jerusalén, nos sorprende con su enseñanza.
No nos podemos confiar, la llave de la salvación pide una conversión interior.
No basta con comer y beber ocasionalmente con Jesús.
Tendremos algunas sorpresas.
Atrévete a pedirle al Buen Ladrón, uno de esos últimos que fueron primeros en el Reino, que te enseñe la verdadera actitud interior que te alcance la salvación.
"Muchos últimos serán primeros, y primeros serán últimos".
"Entrad por la puerta estrecha".
Vivir una vida escondida, no aparecer en los primeros planos, pasar estrecheces por servir y amar.
Aunque ahora no lo parezca, todo es gracia.
Nuestra cruz de cada día es la "puerta" estrecha que nos introduce en la voluntad de Dios, nos revela su amor incondicional y nos abre el camino hacia el cielo.
Que los últimos de la tierra se pongan por delante.
Ellos nos van abriendo camino.
El grito de los pobres es la voz que clama en el desierto.
Que se igualen los valles y las colinas.
Que los humildes sean enaltecidos.
Que los hambrientos se vean saciados.
Para el cristiano la salvación personal en el otro mundo pasa por la salvación de los otros en éste.
¡Duras palabras las del Evangelio de hoy!
No nos angustiemos y preguntemos al Buen Jesús como hizo Juliana de Norwich:
¿Cómo terminará?
Ya sabemos la respuesta, hemos sido salvados por su sangre, escuchemos para ser más responsables:
¡Todo irá, terminará bien!
"Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos"
¿Quiénes son los últimos?,
 ¿Quiénes los primeros?
Jesús nos vuelve a meter (con el cariño que le distingue) el dedo en el ojo. 
¿Qué será de los que echamos horas y horas en presumir de que Él ha comido en nuestras plazas y predicado en nuestras calles?, ¿de los que nos pasamos la vida señalando a los que ‘no son de los nuestros’? 
¿Qué será de los que nos escandalizamos cuando los no creyentes, los pecadores y los extraños entren en el reino?
¿Qué será de los que estamos tan seguros de estar salvados, porque hemos comido y bebido con el Señor, hemos comulgado tantas veces su Cuerpo y su Sangre?
¿Es posible que el Señor nos diga cómo le dijo a este hombre que se le acercó a preguntarle si se salvarían muchos, no sé quiénes sois?
Seguimos empeñados en entrar por la puerta principal, por la ancha, por la de primera división y Jesús nos dice una y otra vez:
“Esforzados en entrar por la puerta estrecha”.

No se trata de presentarse con certificados de buena conducta.

Para entrar en el Reino no hay privilegios que valga. 
No hay más que una condición: pasar por la puerta. 
Y esa puerta se llama “Jesús”.
Ese es el verdadero salvaconducto: un hombre, no una teoría; un amor, no un sistema.
“Y
 o soy la puerta”dice Jesús y hago saltar las murallas del miedo, de la culpabilidad y de la estrechez.
“Yo soy la puerta” dice Jesús, el que pasa por ella se une a la comunidad en la que los lazos internos de conocimiento, de amor y de generosidad son más fuerte que la constricciones y los preceptos.
Acoge el Evangelio en tu corazón y ponlo en práctica; el camino no será fácil, la puerta es estrecha...al otro lado te espera el Señor porque serás el primero en el reino de los Cielos.
El Señor cerrará la puerta, es su palabra, pero María siempre tiene abierta la puerta de atrás, es tanto su amor por nosotros.
O tanta la 'picaresca' de nuestro buen Jesús... 
Invocad a María todos los días, para que recuerde vuestra voz cuando estéis a las puertas del cielo y salga a abriros!!

Tú Señor, sigues atravesando nuestras ciudades enseñando.
Tu mensaje nos parece duro, la puerta estrecha.
 Pero sólo se trata de acoger tu misericordia. 

Señor, yo no quiero ser raquítico en mi corazón, preguntándote si “serán pocos los que se salven”.
Solo te pido que yo tenga el coraje y la valentía de entrar por la amplia puerta de tu Evangelio y la puerta grande de tu corazón, la “puerta del amor”.

Hay últimos que serán primeros y primeros que serán últimos".
Señor, que yo sea el último en juzgar, en imponer, en caer en el orgullo y la prepotencia.
Hazme siempre gastar mi vida en amar y servir.

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