Ser niño
Es muy fácil perderse a lo largo de una vida. Perder el sentido, la motivación, la alegría. Perder personas, perder la fe, perderse a uno mismo. Por eso es tan pacificador reconocer que tenemos un Buen Pastor que es capaz de buscarnos una y otra vez. De limpiar las heridas, de cargarnos sobre sus hombros, de devolvernos su mirada.
La pregunta de Jesús remueve los cimientos de nuestras creencias y criterios: «¿Quién es el más importante en el reino de los cielos?». Un niño y una oveja perdida. Los que no cuentan ni son reconocidos por su edad. La que se ha alejado y es encontrada. Para analizar.
"Si no os convertís y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mt18,1-5.10.12-14) Jesús coloca a un niño en medio. Es su signo frente a toda ambición humana. El pequeño mira a su alrededor con los ojos de la esperanza. Es indefenso ante los grandes males del mundo: la guerra, la xenofobia, el antisemitismo. No entiende de estrategias ni cálculos, pero sabe vivir intensamente el amor.
¿Qué sentimientos llevas en el corazón?
Jesús pone a los niños como ejemplo para entrar en el reino de los cielos. Ellos son sencillos, transparentes, soñadores, desde lo pequeño imaginan lo más grande y absoluto. Para ellos, el jugar es lo más serio e importante. Y muchos creen que para Dios nada hay imposible.
La puerta para ingresar en el Corazón de Cristo, es exclusivamente apta para quienes viven la infancia espiritual.
Considerar que quienes se sitúan como los niños son los más importantes en el Reino implica anular cualquier anhelo de grandeza e invitarnos a aceptar nuestra condición vulnerable.
Volver a ser como niños supone que tenemos que quitar de nuestra vida todo aquello que nos ha hecho perder la capacidad de sorpresa; dejarse amar, y amar profundamente, a los padres; de gozar de la presencia y compañía de un amigo. Los niños aman mucho, ser como niños es amar mucho y dejarse amar mucho también.
"¿No deja las noventa y nueve en los montes y va en busca de la perdida?" Es muy fácil perderse a lo largo de una vida. Perder el sentido, la motivación, la alegría. Perder personas, perder la fe, perderse a uno mismo. Por eso es tan pacificador reconocer que tenemos un Buen Pastor que es capaz de buscarnos una y otra vez. De limpiar las heridas, de cargarnos sobre sus hombros, de devolvernos su mirada.
Como un niño
Convertir una
tormenta inesperada en catarata mágica
cocinar un festín de galletas con barro,
y con tres cachivaches montar una tienda.
Sonreír, aliviado por la voz conocida
que te evoca mil juegos, una casa y un beso.
Reposar, vulnerable, en abrazo seguro.
Sollozar sin vergüenza hasta caer dormido,
para alzarte mañana invencible de nuevo.
Preguntar sin descanso, sediento de respuestas.
Curiosear, inquieto, en todos los rincones.
Y entonces descubrir el mundo, al otro, un Dios.
y gritarlo muy alto, y pintarlo con ceras
y decirlo a los tuyos, y empezar a crecer…
para, un día distante, recordar la tormenta,
la galleta de tierra, la tienda de papel,
esa voz conocida de juego, casa y beso,
la pregunta constante y el rincón ignorado.
El mundo que te llama, el otro, siempre en torno,
y ese Dios que, de nuevo, te seduce y te envía,
a gritarlo muy alto, a pintarlo con ceras,
a decirlo sin miedo, como un niño, otra vez.
(José María R. Olaizola, sj)
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