La mayor recompensa
Nuestro Señor no soporta el miedo. El miedo es lo contrario a la fe. Tener miedo es dejar de tener fe en Él. Ha puesto en nuestras manos y el corazón una serie de talentos, de oportunidades, de posibilidades. No podemos esconderlos ni escondernos. Nada de escondernos, ni aplazamientos, nada de miedos.
“Tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra”. ¡Qué malos de digerir son los límites! Da tanta vergüenza verse pobre, que uno tiende a esconder las pobrezas. Pero Dios hace maravillas en el pobre. Recuerda a aquella mujer que entregó lo poquito que tenía y que fue presencia alentadora para Jesús porque en aquel pequeño gesto había mucho amor. Recuerda a María que, lejos de esconder su pequeñez, la abrió de par en par ante Dios para que la besara, y de su pequeñez le nació una hermosísima canción.
“Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”.
Entrar en el gozo del Señor en su misma alegría no es una promesa de futuro. Es una posibilidad real, para aquí, para ahora. Es reconocer que nuestra vida está creada para servir, para cuidar, para ayudar. Y cada uno desde la luz que tiene. Si tengo más talentos entenderé mejor las necesidades de los demás. Si tengo menos, pues ayudaré con sencillez. Sin comparaciones ni cálculos. Un día feliz es el que dejo de mirarme a mí mismo y me doy a lo que otros necesiten.«Al que tiene se le dará y le sobrará, y al que no tiene se le quitará hasta lo que tiene». No hay equivocación ni fraude. Es una invitación a poner en juego los dones recibidos sin apropiárnoslos. Poniéndolos al servicio de Dios y los demás. Sin egoísmo ni miedo. La fe nos lleva a poner la vida en sus manos y darla toda en el compromiso con el prójimo. Él la multiplicará, Él hará que dé frutos, Él nos recompensará. La manera de perder los talentos es enterrarlos, esconderlos, no mostrarlos, pensar sólo en nosotros mismos... por miedo a quedarnos sin nada. Quien se esfuerza y pone a producir sus talentos, en primer lugar, es fiel a la misión encomendada, que no está orientada al éxito sino al esfuerzo; en segundo lugar, la fidelidad a la misión, en sí misma, introduce en el gozo del Señor: ¡no puede haber recompensa mayor!
Tú, haz lo que quieras.
Yo cantaré con mis hermanos tu amor.
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