No hay excusas
La vida eterna no la adquirimos a base de méritos. No es un premio que Dios reparte, o el final de un concurso si respondemos bien a todas las preguntas. La Vida es Jesús. Quién tiene al Hijo, tiene la vida. Lo que Jesús le pide al joven rico es que descubra que todo lo que anhela y desea lo tiene frente a él. Y en vez de seguirle, elige la tristeza de sus apegos, méritos, y logros.
"¿Qué me falta?" para ser feliz, para vivir el proyecto de Dios. Jesús responde: deja todo, pon a Dios en el centro de tu vida, atiende a los pobres y sígueme, confía en mí, no te alejes, camina a mi lado.
“Ven sígueme" Es la invitación del Señor que fundamenta el discipulado. Con verdad se puede decir que ser cristiano consiste precisamente en seguir al Maestro, es decir, vivir a la manera del Señor, vivir los valores que Él vivió, y luchar por lo que motivos por los que Él entregó la vida.
Jesús pide seguirle, esto necesita decisión y respuesta, desprendimiento y confianza en Él, ponerle a Él en el centro y no a nosotros, caminar y no mirar para atrás, confianza plena en Él y dejarse llevar por Él. Dejar cosas para ponerse en manos de Él.
El seguimiento a Jesús no consiste únicamente en el cumplimiento de los mandamientos. Supone una renuncia a todo lo que nos aleja de él. Los bienes materiales pueden atrapar el corazón y a la alejarnos de la radicalidad del Evangelio. Caminaremos tristes.
Señor, hay días en que
olvidas los motivos.
El entorno se vuelve desierto árido, monótono.
Hay días en que lo cambiarías todo por una caricia.
Días en que calla la voz interior,
cuando ni hacer el bien parece tener sentido,
cuando el mundo resulta una causa perdida
y el evangelio es un idioma incomprensible.
Días en que no te sientes hermano, ni amigo, ni hijo.
Días de escepticismo,
en que el samaritano decide pasar de largo,
Zaqueo no sube al árbol,
y sólo sobrevive el joven rico.
Días en que vencen los fantasmas interiores.
Pero no des demasiada cancha al drama.
Mira tu vida con desnudez benévola,
respeta el desaliento, sin darle el cetro y la corona,
y rescata la memoria de las causas, de la presencia, de la ilusión.
El samaritano sigue en marcha.
Él también tiene días grises.
Zaqueo espera un encuentro.
El joven rico aún piensa en el camino que no eligió.
Y en lo profundo, más allá de fantasmas y demonios, late Dios.
José María Rodríguez Olaizola, sj
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