En Navidad escucha la voz del Señor.
Texto completo de la alocución del Papa
Francisco antes de rezar el Ángelus:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, cuarto y último Domingo de Adviento, la liturgia quiere
prepararnos a la Navidad, ya a las puertas, invitándonos a meditar el relato
del anuncio de Ángel a María. El Arcángel Gabriel revela a la Virgen la
voluntad del Señor, que ella se convierta en la madre de su Hijo unigénito:
“Concebirás y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús; él será
grande y será llamado Hijo del Altísimo” (Lc 1, 31-32).
Fijemos la mirada sobre esta sencilla muchacha de
Nazaret, en el momento en que se vuelve disponible al mensaje divino con su
“sí”; captamos dos aspectos esenciales de su actitud, que es para nosotros
modelo de cómo prepararse a la Navidad.
Dos actitudes de María, modelo de preparación a la
Navidad
Ante todo, su fe, su actitud de fe, que consiste en escuchar
la Palabra de Dios para abandonarse a esta Palabra con plena disponibilidad de
mente y de corazón. Al responder al Ángel María dijo: “Yo soy la sierva del
Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (v. 38). En su “sí” lleno de fe,
María no sabe por cuáles caminos deberá aventurarse, cuáles dolores deberá
padecer, cuáles riesgos afrontar. Pero es consciente que es el Señor quien pide
y ella se fía totalmente de Él, se abandona a su amor. Ésta es la fe de María.
Otro aspecto es la capacidad de la Madre de Cristo de reconocer
el tiempo de Dios. María es aquella que ha hecho posible la encarnación del
Hijo de Dios, “revelando un misterio que fue guardado en secreto desde la
eternidad” (Rm 16, 25). Ha hecho posible la encarnación del Verbo
gracias precisamente a su “sí” humilde y valiente. María nos enseña a
comprender el momento favorable en que Jesús pasa por nuestra vida y
pide una respuesta rápida y generosa.
Y Jesús pasa. En efecto, el misterio del nacimiento de Jesús
en Belén, que se produjo históricamente hace ya más de dos mil años, se produce
como evento espiritual, en el “hoy” de la Liturgia. El Verbo, que encontró
morada en el seno virginal de María, en la celebración de la Navidad viene a
llamar nuevamente al corazón de cada cristiano. Pasa y llama. Cada uno de
nosotros está llamado a responder, como María, con un “sí” personal y sincero,
poniéndose plenamente a disposición de Dios y de su misericordia, de su amor.
Eh, cuántas veces Jesús pasa por nuestra vida. Y cuántas
veces nos envía un ángel. Y cuántas veces no nos damos cuenta, porque estamos
tan ocupados e inmersos en nuestros pensamientos, en nuestros asuntos e
incluso, en estos días, en nuestra preparación de la Navidad, que no nos damos
cuenta que Él pasa y llama a la puerta de nuestro corazón pidiendo acogida,
pidiendo un “sí”, como el de María.
Un santo decía: “Tengo temor de que el Señor pase”. ¿Saben
por qué tenía temor? Temor de no darse cuenta y dejarlo pasar. Cuando nosotros
sentimos en nuestro corazón: “Pero yo querría ser más bueno, más buena, me he
arrepentido de esto que he hecho, aquí está precisamente el Señor que llama,
que te hace sentir ganas de ser mejor, las ganas de permanecer más cerca de los
demás, de Dios. Si tú sientes esto, detente. Allí está el Señor. Y ve a rezar,
tal vez a la Confesión. A limpiar un poco el orujo. Eso a bien. Pero acuérdate
bien, si tú sientes esas ganas de mejorar, es Él quien llama. No lo dejes pasar.
Presencia silenciosa de San José
En el misterio de la Navidad, junto a María está la silenciosa
presencia de San José, tal como es representada en todo pesebre, también en
el que pueden admirar aquí, en la Plaza de San Pedro.
Jesús se ha hecho nuestro hermano por amor
El ejemplo de María y de José es para todos nosotros una
invitación a recibir acoger, con total apertura del alma a Jesús, que por
amor se ha hecho nuestro hermano.
El don precioso de la Navidad es la paz
Él viene a traer al mundo el don de la paz: “En la tierra,
paz a los hombres que él ama” (Lc 2, 14), como anunciaron a coro
los ángeles a los pastores. El don precioso de la Navidad es la paz, y Cristo
es nuestra paz verdadera. Y Cristo llama a nuestros corazones para darnos la
paz. La paz del alma. Abramos las puertas a Cristo.
Nos encomendamos a la intercesión de nuestra Madre y de San
José, para vivir una Navidad verdaderamente cristiana, libres de toda
mundanidad, dispuestos a acoger al Salvador, el Dios-con-nosotros.
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