“Hay verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño Jesús”
Mensaje urbi et
orbi del Papa Francisco en la Navidad 2014
Queridos hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador del mundo, nos ha
nacido. Ha nacido en Belén de una virgen, cumpliendo las antiguas profecías. La
virgen se llama María, y su esposo José.
Son personas humildes, llenas de esperanza en la bondad
de Dios, que acogen a Jesús y lo reconocen. Así, el Espíritu Santo iluminó a
los pastores de Belén, que fueron corriendo a la cueva y adoraron al niño. Y
luego el Espíritu guió a los ancianos Simeón y Ana en el templo de Jerusalén, y
reconocieron en Jesús al Mesías. «Mis ojos han visto a tu Salvador – exclama
Simeón –, a quien has presentado ante todos los pueblos» (Lc 2,30).
Sí, hermanos, Jesús es la salvación para todas las
personas y todos los pueblos.
Para él, el Salvador del mundo, le pido que guarde a
nuestros hermanos y hermanas de Irak y de Siria, que padecen desde hace
demasiado tiempo los efectos del conflicto que aún perdura y, junto con los
pertenecientes a otros grupos étnicos y religiosos, sufren una persecución
brutal.
Que la Navidad les traiga esperanza, así como a tantos
desplazados, prófugos y refugiados, niños, adultos y ancianos, de aquella
región y de todo el mundo; que la indiferencia se transforme en cercanía y el
rechazo en acogida, para que los que ahora están sumidos en la prueba reciban
la ayuda humanitaria necesaria para sobrevivir a los rigores del invierno,
puedan regresar a sus países y vivir con dignidad. Que el Señor abra los
corazones a la confianza y otorgue la paz a todo el Medio Oriente, a partir la
tierra bendecida por su nacimiento, sosteniendo los esfuerzos de los que se
comprometen activamente en el diálogo entre israelíes y palestinos.
Que Jesús, Salvador del mundo, custodie a cuantos están
sufriendo en Ucrania y conceda a esa amada tierra superar las tensiones, vencer
el odio y la violencia y emprender un nuevo camino de fraternidad y
reconciliación.
Que Cristo Salvador conceda paz a Nigeria, donde se
derrama más sangre y demasiadas personas son apartadas injustamente de sus
seres queridos y retenidas como rehenes o masacradas. También invoco la paz
para otras partes del continente africano. Pienso, en particular, en Libia, el
Sudán del Sur, la República Centroafricana y varias regiones de la República
Democrática del Congo; y pido a todos los que tienen responsabilidades
políticas a que se comprometan, mediante el diálogo, a superar contrastes y
construir una convivencia fraterna duradera.
Que Jesús salve a tantos niños víctimas de la violencia,
objeto de tráfico ilícito y trata de personas, o forzados a convertirse en
soldados. Que consuele a las familias de los niños muertos en Pakistán la
semana pasada. Que sea cercano a los que sufren por enfermedad, en particular a
las víctimas de la epidemia de ébola, especialmente en Liberia, Sierra Leona y
Guinea.
Agradezco de corazón a los que se están esforzando con
valentía para ayudar a los enfermos y sus familias, y renuevo un llamamiento
ardiente a que se garantice la atención y el tratamiento necesario. Hay
verdaderamente muchas lágrimas en esta Navidad junto con las lágrimas del Niño
Jesús.
Queridos hermanos y hermanas, que el Espíritu Santo
ilumine hoy nuestros corazones, para que podamos reconocer en el Niño Jesús,
nacido en Belén de la Virgen María, la salvación que Dios nos da a cada uno de
nosotros, a todos los hombres y todos los pueblos de la tierra. Que el poder de
Cristo, que es liberación y servicio, se haga oír en tantos corazones que
sufren la guerra, la persecución, la esclavitud. Que este poder divino, con su
mansedumbre, extirpela dureza de corazón de muchos hombres y mujeres sumidos en
lo mundano y la indiferencia. Que su fuerza redentora transforme las armas en
arados, la destrucción en creatividad, el odio en amor y ternura. Así podremos
decir con júbilo: «Nuestros ojos han visto a tu Salvador».
Feliz Navidad a todos.
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