“Guardaos de negar al prójimo la limosna de la palabra”.
El Evangelio de hoy nos lleva hasta las orillas del Jordán.
“Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan; éste
venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que por él todos vinieran
a la fe” (Jn 1,6-7).
También nosotros somos enviados para dar ese
mismo testimonio, de palabra y con las obras. También
nosotros hemos de ser una voz que grita en el desierto del mundo:
Todos necesitamos seguir escuchando el Evangelio para
descubrir el verdadero rostro del Señor, para comprender su corazón y sus
pensamientos, para entender su misericordia y experimentar su fuerza de cambio.
Si no descubrimos el rostro del Señor no sabremos ni siquiera hablarle.
Seremos
cristianos enfermos de afonía evangélica.
Hay una responsabilidad de los
discípulos en el no ser “voz” mientras hay tantos que esperan a alguien que
indique al Señor.
Gregorio Magno advertía a los cristianos: “Guardaos de negar al prójimo la limosna de
la palabra”.
El deber de la Iglesia y de todo cristiano se esconde por
completo aquí:
ser una voz que sabe hablar al corazón de los hombres para
decirles que el Señor está cerca, que ama a todos y en especial a los más
pobres.
Por esto, a pesar de nuestra pobreza, podemos aplicarnos también a
nosotros las palabras de Isaías: “El
espíritu del Señor está sobre mí porque el Señor me ha ungido. me ha enviado para dar la buena noticia los que sufren, ... para proclamar el año de
gracia del Señor” (Is 61, 1-2).
En el pasaje citado, Gregorio Magno añade:
“De este modo, si no descuidáis anunciar su
venida en la medida de vuestra capacidad, mereceréis ser considerados por él,
como Juan Bautista, entre los ángeles”.
”
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