Adviento, edificar sobre roca.
Jesús, como todo niño curioso, se había pasado la mañana
mirando y remirando cómo su padre José, ayudado por Timoteo y Elán, construían
la casa de Abisay y Débora, que se casaban después de la Pascua. Al volver a
casa todo se cuenta a la Madre.
Mamá, ¿a que no sabes lo que más les ha costado para
construir la casa?
Mamá, no adivina los pensamientos de mi Niño —con ese
tonillo ingenuo para que se entienda lo contrario.
Tardaron mucho en sacar la piedra del cimiento, porque
estaba incrustada en la roca. Tenían que hacer palanca los tres, con una barra
de hierro, para arrancarla. Cuando la sacaron del hoyo, todos aplaudimos.
¡Habían ganado!
¡Qué suerte han tenido, porque la casa se va a construir
sobre roca! Así no se vendrá abajo nunca. Ya conoces las primeras palabras del
Libro Sagrado. ¿Qué creó Dios el día tercero?
¿Por la mañana o por la tarde?
Por la mañana.
Reunió las aguas en el mar, y apareció la tierra firme.
Y entre el mar y la tierra, ¿qué hay? (cuando María le hacía
tantas preguntas es que quería enseñarle algo).
Pues, ¿qué va a haber, Mamá? ¡Arena de playas!
Mira, Jesús. Hay hombres que construyen su casa sobre arena.
Es más fácil. Con una simple azada, pueden hacer solos una zanja para sus
cimientos. Terminan muy rápido y no se fatigan ni sudan. Pero cuando llega el
invierno y vienen los vendavales, la lluvia deshace los cimientos y el viento
tumba la casa. En cambio, los que construyen sobre roca, como tu padre, piden
ayuda a los vecinos y después de muchos días de esfuerzo, empiezan a poner
piedras y ladrillos para levantar los muros. Cuando está terminada, no hay
lluvia ni viento que pueda con ella. Sus habitantes se sienten seguros.
¿Por eso nos dice Moisés que Yavhé es nuestra Roca?
Los que edifican su vida sobre las monedas, su fuerza
altanera y su habilidad para engañar, construyen sobre arena. Pero los que
construyen sobre esta Roca, serán fieles hasta el final.
Mamá, el sábado en la sinagoga, cuando cante con David, voy
a gritar muy fuerte: «Dios mío, mi Roca, mi fuerza salvadora, me defiende de
los enemigos». (Jaime de Peñaranda Algar: Cuentos de la Virgen. La ternura narrativa
de María. Madrid 2003, CCS).
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