¡Prepárate… es Dios quien llega en persona
¡Vigilad!
Sí; vigilemos.
¿Por qué?
Porque necesitamos de una
palabra de aliento.
Porque, el mundo, este
mundo que tocamos con las yemas de nuestras manos;
que amamos y que a la vez
odiamos;
este mundo tan necesitado de paz,
como tan lleno de contiendas, necesita
de buenos vigilantes.
Hombres y mujeres que, más
allá del día a día,
entre los rascacielos del puro y duro sensacionalismo o
materialismo,
levanten su cabeza y esperen.
Sí; esperen a un Dios que
viene a salvarnos.
¿Salvarnos?
¿Salvarnos de qué?
De mucho, amigos, de
mucho.
Hay muchas cosas y
acontecimientos que atragantan nuestra felicidad.
Vemos que este “gran
castillo del bienestar que nos hemos montado”
se tambalea y nos produce ansiedad,
corrupción, mentiras e inestabilidad
Dios que sale a nuestro
encuentro.
Dios que, en la Navidad,
se hará pequeño,
mientras que el hombre se empeña en hacerse grande.
Dios que,
en Jesús, se dejará abrazar, amar, tocar, besar, adorar.
¡Bienvenido, Adviento!
Entra por las ventanas y balcones
de nuestros corazones.
Vivamos, amigos, este
tiempo de esperanza;
semanas de espera y horas de tensión.
¡Que va a venir el Señor!
No podemos bajar la
guardia;
no podemos bajarnos del torreón de nuestra fe
por el simple hecho de que
nos digan que, en el llano, se vive mejor sin Dios.
Adviento.
Lo necesitamos.
¡Qué déficit de esperanza
el nuestro!
Viene el Señor, porque nos
ve vacíos.
Cuántas estrellas que
iluminan las calles y,
los que las han puesto, no saben ni por qué ni por
quién.
Adviento.
¡Bienvenido seas!
¡Qué ganas tenemos de un
Niño
que nos reúna en torno a la mesa
y nos haga pensar que, el mundo, aún
tiene solución!
Adviento.
Es el Señor, que llega.
¡Prepárate… es Dios quien llega en persona!
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