Los pequeños gestos
Creer nos anima a acoger el futuro desconocido, con la confianza de quien sabe que Dios no nos va a defraudar. Nuestro presente puede ser turbulento y difícil, pero nunca definitivo. Todo lo que vivimos está cerca del Reino de Dios. Necesitamos la mirada que el mismo Jesús tenía y que le hacía descubrir en lo sencillo la gran bondad y generosidad de Dios que posibilita todo lo que ocurre.
Las señales del Reno no son las grandes cosas, Dios no ha enseñado a los sabios sus cosas, las ha mostrado a los sencillos. La importancia de los pequeños gestos.
El Reino tiene las señales del encuentro entre nosotros, de la propuesta de fraternidad, de las relaciones basadas en la justicia, del cuidado de los últimos... ahí es, estamos cerca, casi estamos en él. Miremos bien, hay más señales de las que imaginamos.
No sabemos ni el día, ni la hora de los acontecimientos que ocurrirán al final de los tiempos. Jesús nos invita a confiar en su Palabra, viva y eficaz, que permanecerá siempre: antes, durante y después de los signos que anuncian el fin. Fíjate en lo que te sucede cada día y descubre en los acontecimientos, grandes o pequeños, la presencia del Reino de Dios, que te invita a vivirlo todo con esperanza.
Enséñame, Señor, a mirar la vida con tus ojos, a ver las cosas, como Tú las ves. Dame luz para ver las semillas de vida que ya están brotando en el mundo.
“Todo eso se cumplirá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán” Entre tanta palabra vacía, mentirosa y hueca Jesús nos recuerda que «el cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará»... ...ni su amor por nosotros pasará jamás. Todo pasa... Hasta lo que imaginamos más seguro y consistente, todo se derrumba y desvanece. Bueno, el Señor nos recuerda que el cielo y la tierra pasarán... pero sus palabras no pasarán. En ellas podemos encontrar firme seguro, roca donde cimentar nuestra vida y existencia.
Deseos
¿Qué sale de mi
corazón?
Quisiera, Señor, que sólo salieran
deseos de hacer el bien a los demás,
de compartir mi vida con los que más sufren,
de darme sin excepción a todos.
Pon en mí, Señor,
deseos de colaborar en la construcción de un mundo más justo,
de caminar con el corazón lleno de paz,
deseos de ser reflejo de tu luz en donde vivo y me muevo cada día,
de unirme a aquellos que unen sus brazos
para empujar una humanidad nueva,
deseos de amar sin buscarme a mí mismo.
Moldea mi corazón, Señor.
Tú que dijiste «bienaventurados los limpios de corazón»,
dame un corazón como el tuyo para poder vivir siempre
como un niño, con su inocencia interior y sus ojos grandes
para admirar la belleza de la vida que nos das cada amanecer.
(Fermín Negre)
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