La puerta

 


“Yo soy la puerta de las ovejas”. 
(Jn 10, 1-10).

La Voz de Jesús, se escucha en lo profundo del alma, y tiene la fuerza de sanar e impulsar, hacia la Vida, que en el fondo, todos anhelamos: ¡somos creados para el gozo eterno!

Las ovejas atienden la voz del pastor. Es una voz diferente, profunda, tierna. Él las llama por su nombre. Son únicas, originales, exclusivas. Con identidad y valor incalculable. Las saca a fuera y camina delante. Ellas lo siguen porque se saben llamadas y amadas

Las ovejas de Jesús son las personas que aman a los demás «En esto conocerán que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros» (Jn 13,35). Esas son las personas que «escuchan su voz» y a las que Él «conoce» (reconoce como suyas). Y son esas mismas personas, como no podría ser de otra manera, las que alcanzarán la vida eterna, porque sabemos que al final de nuestros días se nos juzgará por el amor que hayamos repartido en vida.

Dios nos ofrece entrar por la puerta de la gracia. Acudamos con más amor a los sacramentos.

Señor, te agradezco por tener tu corazón siempre abierto. En esa puerta de tu corazón quiero ponerte a mi familia, a mis seres más queridos, a los que tú sabes que más necesitan de tu gracia y a los que están más alejados de ti.

DIOS, BUEN PASTOR.

NOS LLAMA POR NUESTRO NOMBRE.

Cuando me llamas

por mi nombre,

ninguna otra criatura

vuelve hacia ti su rostro

en todo el universo.

Cuando te llamo,

por tu nombre,

no confundes mi acento

con ninguna otra criatura

en todo el universo.


Las palabras y los gestos de Jesús desvelan un entrañable amor por el pueblo. Son una denuncia contra los que abusan de los indefensos; su forma de acercarse tan abierta, sincera y gratuita, abre caminos de liberación. Nada humano le es ajeno. Ten hoy abierta la puerta de tu vida, para recibir y para dar, para anunciar y denunciar la extorsión y la exclusión de los más pobres.

Hoy unimos el corazón y las manos para pedir a María, que nos enseñe su mismo amor de predilección hacia los pequeños y los pobres

Señor, todos queremos ser felices, plenamente felices. Tú has puesto en nuestro corazón el deseo de una felicidad infinita.
Pero no siempre acertamos a entrar por la puerta que conduce a esa felicidad, a esa salvación. Y, a veces, llegamos a pensar que no existe esa puerta, que nunca podremos disfrutar una felicidad a la medida de nuestro corazón.

Pero tú, Jesús, nos dices que existe una puerta que nos hace entrar en la familia del Padre, en el calor de su casa. Tú, Jesús, eres la puerta, el paso hacia la salvación, hacia la felicidad que colmará todos nuestros deseos. Eres la puerta que nunca está cerrada, ni tiene aduanas que está abierta siempre y a todos, sin exclusiones, sin privilegios; puerta abierta para entrar y para salir. No quieres que tus hijos te amemos a la fuerza. Tú eres una puerta abierta, también y de forma especial a los que nos sentimos pecadores. Tú nos esperas para abrazarnos, para perdonarnos, para curarnos, para transformar y renovar nuestra vida, para llenarla de alegría plena y duradera.


 

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