No entienden





“¿Y no acabáis entender?” 
(Mc 8, 14-21).  


Es así, no todos se dan cuenta de la nueva vida que trae Jesús, ni siquiera sus discípulos que han presenciado en primera persona los milagros de la multiplicación de los panes.
Ellos siguen con el "pan de sus seguridades", el pan de lo que realmente les preocupa.
No entienden.
¡Es tan fácil hacer un Dios a nuestra medida, a la carta!
Somos capaces de reducir a poco la grandeza de la fe. 

Con mi ofuscación, no acabo de entender.
Con mi falta de fe, no acabo de entender.
Con mi testarudez, no acabo de entender.
Con mi orgullo, no acabo de entender.
Señor, ábreme el corazón para entenderte, fiarme, escucharte y entregarme.


En la barca no hay más que solo un pan, y ellos miran al pan que traen entre sus manos.
En la barca no hay más que solo un pan, el único necesario y suficiente.
Ese pan es Jesús, es su cuerpo entregado, su sangre derramada, su corazón partido.
Todavía no han comprendido que el pan multiplicado es Él mismo, Pan de Vida Eterna.

¡A despertad los sentidos del corazón para no perdernos la hermosura insondable de mirar la vida con los ojos de la de, de vivir a fondo, desde dentro, con el corazón.
¿Cuándo reconoceremos la grandeza de la misión a la que Jesús nos quiere asociar?
¡Sembradores de vida eterna!


¡Qué entendederas tan duras y miopes tenemos en ocasiones!
¡Qué incrédulos y ciegos pueden llegar a ser nuestros corazones!
Danos fe que transforme y luz que ilumine nuestras pobres razones.

No acogemos a Jesús por la desconfianza y la incredulidad.
No terminamos de entender lo que él significa para nosotros.
Sencillamente, abramos nuestros ojos y nuestros oídos y  aprendamos a percibir las maravillas que Dios hace cada día en torno a nosotros.
Sigamos viendo y creyendo; hay suficientes señales de Dios para ello.  

“Evitad la levadura de los fariseos y de Herodes”

¿Reconozco a Jesucristo, presente en medio de su pueblo, como el verdadero y definitivo Pan del cielo, que sacia nuestra hambre de amor y de plenitud; o sigo buscando otras "levaduras", ideológicas o afectivas, que solo alimentan mi orgullo y mi vanidad?


Jesús es el pan vivo bajado del cielo.
El único que puede saciar el hambre de una humanidad que espera y confía en su misericordia.
Su Espíritu nos mueve a compartir los bienes.

“Me has enamorado y cautivado. 
No sé vivir sin ti. 
¡Tanto me has dado!
¡Y aún busco más! 
No anhelo solo tu agua: deseo beber en tu manantial. 
No anhelo solo tus umbrales: deseo entrar en ti. 
No anhelo solo tus dones: quisiera fundirme, en abrazo eterno y duradero, en ti, Jesucristo, respuesta y plenitud, mi Señor, mi Dios, mi Salvador” 
(Raúl Berzoza).

Señor, me impresiona la paciencia
que tienes conmigo y con todos tus hijos.
Cuando te acercas y yo me alejo,
Tú esperas y alientas mi regreso.
Cuando me enfado contigo y con los hermanos,
Tú esperas y sigues ofreciéndome tu mejor sonrisa.
Cuando me hablas y no comprendo o no te contesto,
Tú esperas y sigues ofreciéndome tu palabra.
Cuando no sé qué camino debo elegir,
Tú esperas y sigues dándome luz y valor.
Cuando me cuesta servir y entregarme,
Tú esperas y das tu vida por mí, sin reservarte nada.
Cuando soy egoísta y no doy buenos frutos,
Tú esperas, me riegas y me abonas.
Cuando me amas y yo no correspondo,
Tú esperas y multiplicas tus gestos de cariño.
En tu paciencia se esconden mis posibilidades de mejorar, de crecer,
de ser yo mismo, de cumplir lo que Tú has soñado para mí, de ser plenamente feliz.
Señor, que sepa aprovechar las oportunidades
que tu paciencia me brinda.
Y que tu paciencia me ayude a ser paciente con los hermanos. 
Amén.

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